Todavía estos sucesos dan a la prudencia y a la virtud algún asidero para contender con la fortuna; mas los que después sobrevinieron parece que enteramente fueron obra de la buena dicha. Los soldados corintios detenidos en Turios, temiendo por una parte a las galeras de los Cartagineses que les estaban en acecho bajo el mando de Anón, y viendo por otra que el mar estaba agitado del viento hacía muchos días, tomaron la determinación de hacer a pie su marcha por el país de los Brecianos; y ora usando de persuasión y ora de fuerza con aquellos bárbaros, arribaron a Regio, cuando todavía el mar permanecía alborotado. En tanto, al jefe de la escuadra cartaginesa, que no aguardaba a los Corintios, creyéndolos en la inacción, le vino la ocurrencia de que era preciso que discurriese algún engaño a la manera de los generales sabios y astutos: mandó, pues, con esta idea a sus marineros ponerse coronas; y adornando las galeras con escudos griegos y fenicios, marcha la vuelta de Siracusa; y moviendo grande alboroto, pasa con algazara y risa por delante de la ciudadela, gritando que venía de haber vencido y cautivado a los Corintios, a los que había sorprendido en el mar, a fin de infundir con esto desaliento a los sitiados. Mas cuando él usaba de estas imposturas y embelecos, los Corintios, que por los Brecianos habían bajado hasta Regio, como no los observase nadie, y el viento calmado contra toda esperanza les proporcionase una travesía tranquila y apacible, embarcándose sin detención en los transportes y barcas de pesca que tuvieron a mano bogaron y se dirigieron a la Sicilia, tan seguramente y con tal serenidad, que llevaban los caballos del diestro nadando junto a las embarcaciones.