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Presentóse al día siguiente Timoleón en orden de batalla, y habiendo los Siracusanos entendido la fuga, al ver el puerto desamparado, les causó risa la cobardía de Magón, y discurriendo por la ciudad hacían pregonar premios para el que dijese dónde se les había ido la escuadra cartaginesa. Con todo, Hícetes todavía se obstinaba en pelear, y no abandonaba la presa de la ciudad, sino que se rehacía en los puntos que conservaba, que eran fuertes y difíciles de tomar; entonces, Timoleón dividió sus fuerzas y acometió en persona por donde corre el Anapo, que era la parte de mayor resistencia; a otros, a quienes mandaba Isias de Corinto, les ordenó hiciesen una salida de la Acradina, y a la tercera división la dirigieron contra el punto llamado Epípolas Dinarco y Demáreto, que habían venido con los últimos socorros de Corinto. Hecha, pues, esta acometida a un tiempo por todas partes, y volviendo la espalda en precipitada fuga las tropas de Hícetes, el que se tomara la ciudad con el alcázar, quedando todo prontamente sujeto con la fuga de los enemigos, justo es que se atribuya al valor de los combatientes y a la pericia del general: pero el que no muriera, ni aun siquiera fuese herido, ninguno de los Corintios, obra fue precisamente de la fortuna de Timoleón, como si ésta contendiera con su virtud, para que los que lo entendiesen admiraran más su dicha que sus loables prendas; pues la fama no solamente corrió al punto por toda la Sicilia y por toda la Italia, sino que en breves días se difundió el eco de este admirable triunfo por la Grecia; de manera que cuando en Corinto se dudaba si la armada había aportado, a un tiempo recibieron la noticia del arribo y de la victoria; ¡tan prósperamente corrieron los sucesos y tanto se complació la Fortuna en añadirla presteza a la brillantez de aquellas hazañas!

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