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Emilio, designado cónsul, marchó con ejército contra los Ligures del pie de los Alpes, a los algunos llaman Ligustinos, gente belicosa y soberbia, que con el ejercicio habían aprendido de los Romanos a hacer la guerra a causa de la vecindad, porque ocupan la última extremidad de la Italia enlazada con los Alpes, y aun aquella parte de estos montes que baña el Mar Tirreno y está opuesta al África, mezclados con los Galos y con los Españoles de las costas. Habíanse dado también entonces al mar con barcos de piratas, con los que estorbaban y despojaban al comercio, extendiendo su navegación hasta las columnas de Hércules. Cuando se dirigió contra ellos Emilio reuniéronse hasta cuarenta mil en número para hacerle frente. No tenía éste más que ocho mil, y con ser ellos cinco veces doblados, trabó combate. Desbaratólos, y cerrándolos dentro de los muros les hizo proposiciones humanas y admisibles, por cuanto no entraba en las miras de los Romanos acabar con la gente de los Ligures, que era como un vallado y antemural puesto para contener los movimientos de los Galos, que amenazaban siempre caer sobre la Italia. Fiándose, pues, de Emilio, pusieron a su disposición las naves y las ciudades; y él, no ofendiendo en nada a éstas, se las volvió con sólo arruinar las murallas; mas por lo que hace a las naves, se apoderó de todas y no les dejó ni aun una lancha que fuera de más de tres remos. Los cautivos, aprisionados por tierra y por mar, los restituyó salvos, habiendo hallado entre ellos muchos forasteros y romanos. Y éstos son los hechos señalados que tuvo este consulado. Después se presentó muchas veces queriendo volver a ser elegido, y aun se mostró candidato; pero viéndose desairado y desatendido, se mantuvo en el retiro, ocupado solamente en lo relativo a su sacerdocio y atendiendo a la educación de sus hijos, dándoles la del país, que podía mirarse como patria, del modo que él la había recibido; pero poniendo más empeño en la educación griega: porque no solamente puso, al lado de aquellos jóvenes, gramáticos, sofistas y oradores, sino también escultores, pintores, adiestradores de caballos y de perros y maestros de cazar; y el padre, si no había cosa pública que se lo impidiese, presenciaba siempre sus estudios y sus ejercicios, mostrándose entre los Romanos el más amante de sus hijos.

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