Pasó allí Nasica la noche, y cuando Perseo, que veía a Emilio al frente en suma quietud, estaba distante de pensar en lo que sucedía, le llegó un tránsfuga cretense, que vino corriendo a noticiarle la marcha de los Romanos. Sobresaltóse con esta nueva, y aunque no movió el ejército, poniendo a las órdenes de Milón diez mil extranjeros estipendiarios y dos mil Macedonios, le envió a que sin dilación ocupase los pasos. Polibio dice que los Romanos sorprendieron a estas tropas estando todavía dormidas; pero Nasica refiere que en las alturas hubo un reñido encuentro, y que él mismo dio la muerte a un Tracio que le vino a las manos, hiriéndole en el pecho con la lanza, con lo que el enemigo cedió; y como Milón hubiese dado a huir vergonzosamente en túnica y sin armas, siguió el alcance con seguridad y condujo a lo llano sus soldados. Con estos sucesos levantó Perseo a toda prisa el campo, y hubo de retirarse sobrecogido ya de miedo y muy decaído de sus esperanzas. Érale, sin embargo, indispensable, o aguardar delante de Pidna y aventurar una batalla, o recibir al enemigo con un ejército dispersado por las ciudades, pues una vez descendido a lo llano no podía ser arrojado sino con gran mortandad y carnicería, mientras allí sus fuerzas eran grandes y el ardor de los soldados no podía menos de anunciarse peleando por la defensa de sus hijos y sus mujeres, a presencia del rey, y tomando éste parte en los peligros, que fue con lo que dieron ánimo a Perseo sus amigos. Formó, pues, su ejército y se apercibió a la pelea, reconociendo los sitios y distribuyendo los mandos, como para salir de sorpresa al encuentro de los Romanos en su misma marcha. El sitio tenía una llanura acomodada a la formación de la falange, que necesitaba de terreno igual, y había collados seguidos que favorecían las acometidas y retiradas de los cazadores y tropas ligeras. Corrían en medio los ríos Esón y Leuco, que, aunque no muy caudalosos entonces por ser el fin del verano, parecía, sin embargo, que oponían a los Romanos algún obstáculo.