Reunióse en esto Emilio con Nasica, y descendió en orden contra los enemigos; mas luego que vio su formación y su número, suspendió, maravillado, la marcha, como para hacer entre sí algunas consideraciones. Ardían por venir a las manos los caudillos jóvenes, y cercándole le rogaba que no se detuviese; sobre todo Nasica, que había adquirido confianza por lo bien que le había salido su expedición del Olimpo. Sonriósele Emilio, y le dijo: “Muy bien si yo tuviera tu edad; pero las muchas victorias, que me han hecho conocer los errores de los vencidos, me impiden el que en la marcha trabe batalla contra una falange ordenada y descansada”. En seguida dio orden para que las primeras tropas que estaban a la vista de los enemigos, quedando en escuadras, presentaran el aire de una formación, y que los de la retaguardia, mudando de posición, pusieran el valladar para acamparse: de esta manera, yéndose quedando por orden los que estaban delante para los últimos, no se advirtió que había deshecho la formación y que todos se habían colocado sin desorden en los reales. Al hacerse de noche, y cuando después del rancho se iban a dormir y descansar, la luna, que estaba en su lleno y bien descubierta, empezó de pronto a ennegrecerse, y desfalleciendo su luz, habiendo cambiado diferentes colores, desapareció. Los Romanos, como es de ceremonia, la imploraban para que les volviese su luz, con el ruido de los metales, y alzando al cielo muchas luces con tizones y hachas; mas los Macedonios a nada se movieron, sino que el terror y espanto se apoderó del campo, y entre muchos corrió secretamente la voz de que aquel prodigio significaba la destrucción de su rey. No era Emilio hombre enteramente nuevo y peregrino en las anomalías que los eclipses producen, los cuales a tiempos determinados hacen entrar la luna en la sombra de la tierra y la ocultan, hasta que pasando de la sombra vuelve otra vez a resplandecer con el sol. Mas con todo, siendo muy dado a las cosas religiosas, e inclinado a los sacrificios y a la adivinación, apenas vio a la luna enteramente libre, le sacrificó once toros; no bien se hizo de día, ofreció nuevo sacrificio de la misma especie a Hércules, no parando hasta veinte, y al primero y al vigésimo se observaron prodigios que dijo adjudicaban la victoria a los que se defendiesen. Hizo, pues, voto al mismo dios de otros cien bueyes y de juegos sagrados, mandando a los caudillos ordenar el ejército para la batalla; mas aguardó con todo a la inclinación y desvío del resplandor, para que el sol, desde el oriente, no los deslumbrara en la pelea dándoles de cara, por lo que estuvo dando tiempo, sentado en su tienda, la que tenía abierta por la parte de la llanura y del campo de los enemigos.