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Entre estos brillantes sucesos de la guerra macedónica, lo que concilió a Emilio mayor aprecio entre todos fue haber puesto en el erario tal cantidad de dinero, que no hubo necesidad de que contribuyera el pueblo hasta los tiempos de Hircio y Pansa, que fueron cónsules hacia la primera guerra de Antonio y César; pero lo más particular y admirable en Emilio fue que con ser muy venerado y honrado del pueblo, se mantuvo siempre, sin embargo, en el partido aristocrático, no diciendo ni haciendo nunca nada por complacer a la muchedumbre, sino uniéndose siempre en las cosas de gobierno con los más distinguidos y principales de la república, que fue con lo que más adelante reconvino Apio a Escipión Africano. Porque siendo ambos entonces de los más principales de la ciudad, pidieron a un tiempo la dignidad censoria: aquel, teniendo de su parte al Senado y a los más principales, manejo que en los Apios era hereditario, y éste, aunque grande de por sí, favorecido siempre con el celo y amor de la muchedumbre. Pues como al entrar en la plaza Escipión le viese Apio llevar a su lado a hombres ruines y de condición servil, libertos y propios para concitar la muchedumbre y violentarlo todo con atropellamiento y gritería, alzando la voz: “¡Oh Paulo Emilio- le dijo-, gime debajo de tierra al ver que Emilio el pregonero y Licinio Filonico promueven a la censura a tu hijo!” Así Escipión, favoreciendo al pueblo, se ganó su benevolencia; y Emilio, con ser del partido aristocrático, no fue por esto menos amado de la muchedumbre que el que pudiera parecer más demagogo y más dedicado a lisonjear al pueblo. Vióse esto en que le tuviesen por digno de otros cargos, y del de la misma censura, que es el más sagrado de todos y el de mayor autoridad para otras cosas y para el examen del modo de vivir de cada uno. Porque tienen los censores facultad para excluir del Senado al que vive desarregladamente, para nombrar al de mayor probidad y para castigar a los jóvenes privando de la dignidad ecuestre al que es disipador. Tócales también el investigar la hacienda de cada uno y celebrar el lustro; y en su tiempo se halló ser el censo de Roma trescientos treinta y siete mil cuatrocientos cincuenta y dos hombres, dio asimismo el primer lugar en el Senado a Marco Emilio Lépido, que ya cuatro veces había obtenido esta preferencia; expelió de él a tres senadores de los de menos nombre, y tanto él mismo como su colega Marcio Filipo se condujeron con mucha moderación en el examen de los escritos en el orden ecuestre.

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