Eran formados de un mismo modo para toda especie de virtud, sino que Pelópidas era más dado a los ejercicios de la palestra, y Epaminondas a los de la doctrina: así, en los ratos de ocio, aquel se empleaba en la lucha y en la caza, y éste en oír a los sabios y formarse para serlo. Mas entre tantos títulos para la gloria como concurrieron en ambos, ninguno reputan los hombres de juicio por tan admirable como el que en medio de tantos combates, de tantas expediciones y de tantos negocios de república, su amistad desde el principio hasta el fin se hubiese conservado siempre sin desazón y sin quiebra. Porque si se fija la vista en el gobierno de Aristides y Temístocles, de Cimón y Pericles, de Nicias y Alcibíades, que siempre adolecía de enemistades, discordias y celos de unos con otros, y se atiende después al amor y respeto con que miró Pelópidas a Epaminondas, con razón y justicia se tendrá a éstos por verdaderos colegas en el gobierno y en la milicia, en comparación de aquellos que toda la vida contendieron más entre sí que con los enemigos. La causa cierta de esta unión fue la virtud, por la cual no buscaban con sus hechos aplausos o riquezas, cosas a las que por naturaleza es inherente una porfiada y rencillosa envidia, sino que, amándose recíprocamente desde el principio con un amor sagrado, dirigían de común acuerdo sus conatos y sus triunfos al placer de ver a su patria elevada por ambos a la mayor grandeza y esplendor. Aunque algunos opinan que esta amistad tan íntima tuvo principio en la expedición de Mantinea, en la que militaron con los Lacedemonios, que todavía les eran amigos y aliados, con motivo de haber la ciudad de Tebas enviándoles socorros. Porque colocados juntos entre la infantería y peleando contra los Árcades, cuando vio el ala derecha de los Lacedemonios que les estaba opuesta, y se desbandó la mayor parte, formando ellos galápago hicieron frente a cuantos los embistieron. Al cabo de poco, Pelópidas, que había recibido cara a cara siete heridas, vino a caer entre multitud de cadáveres de amigos y enemigos, y entonces Epaminondas, no obstante tenerle por muerto, para proteger su persona y sus armas siguió la pelea y el riesgo, solo contra muchos, teniendo por mejor morir en la demanda que abandonar a Pelópidas caído: hasta que, hallándose ya él mismo en el peor estado, herido de una lanzada en el pecho y de una estocada en un brazo, vino en su auxilio de la otra ala Agesípolis, rey de los Espartanos, y contra toda esperanza los recobró a entrambos.