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Pareciéndoles, pues, que se estaba en la ocasión oportuna de la empresa, se decidieron a ella, repartiéndose de este modo: Pelópidas y Damoclidas, contra Leóntidas e Hípates, que vivían cerca uno de otro, y Carón y Melón contra Arquias y Filipo, ajustándose por disfraz ropas mujeriles sobre las corazas, y poniéndose frondosas coronas de abeto y pino que les oscurecían el rostro. Paráronse a la puerta del banquete, e hicieron ruido y bulla, con lo que se pudo creer serían las mujerzuelas que rato había se aguardaban. Mas como luego hubiesen recorrido con la vista cuidadosamente todo el banquete, haciéndose cargo con atención de cada uno de los convidados, y hubiesen echado mano a las espadas, arrojándose por entre las mesas sobre Arquias y Filipo, se vio entonces a las claras quiénes eran. A algunos de los concurrentes pudo contenerlos Fílidas, diciéndoles que se estuviesen quedos: los demás se levantaron para defender a los Polemarcos; pero en el estado de embriaguez en que se hallaban fue fácil acabar con ellos. Más arduo fue el desempeño para Pelópidas y los que le siguieron, porque también se las hubieron de haber con Leóntidas, hombre cuerdo y muy denodado. Hallaron, además, cerrada la puerta, porque ya se había recogido; y habiendo llamado largo rato, nadie les respondía. Sintiólos ya tarde un esclavo, que salió de adentro, y descorrió el cerrojo, y en el momento mismo de moverse y ceder las puertas, se arrojaron de tropel, y pasando por encima del esclavo corrieron al dormitorio. Leóntidas, por el ruido y el modo de correr, conjeturó lo que era, y levantándose tomó la espada; mas no le ocurrió apagar las luces, con lo que en las tinieblas se habrían batido unos con otros; así, estando todo iluminado, fue de ellos visto. Adelántase hacia la puerta del dormitorio, y a Cefisodoro, que fue a entrar el primero, lo deja en el sitio. Caído éste, traba pelea con el segundo, que era Pelópidas, siendo ésta embarazosa por la angostura de la puerta y por el cadáver de Cefisodoro, que también estorbaba; vence al fin Pelópidas, y habiendo dado cuenta de Leóntidas, marcha corriendo con los suyos en busca de Hípates. Trataron de introducirse del mismo modo en su casa; pero lo sintió, y dio al punto a correr hacia las casas vecinas: siguiéronle sin detención, y, alcanzándole, también le dieron muerte.

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