Con este motivo, los Atenienses volvieron con nuevo ardor a su alianza con los Tebanos, saliendo al mar y recorriendo los pueblos de la Grecia con el fin de amparar a los que daban muestras de defección. Con esto, los Tebanos, habiéndolas a solas con los Lacedemonios y riñendo combates, no grandes en sí, pero que eran causa de gran atención y ejercicio, iban elevando sus ánimos y endureciendo sus cuerpos, adquiriendo juntamente experiencia y aliento con la continuación de aquellas lides. Por esto es fama que el Espartano Antálcidas dijo a Agesilao en ocasión de retirarse herido: “¡Mira qué premio te dan los Tebanos por haberlos enseñado a lidiar y pelear contra su voluntad!” Y su maestro en verdad no era Agesilao, sino los que oportunamente y con mucha cuenta lanzaban a los Tebanos como unos cachorros contra los enemigos para acostumbrarlos y hacerles gustar y tener placer con victorias no muy arriesgadas; de lo que Pelópidas se llevó la principal gloria: pues desde la vez primera que lo eligieron general, todos los años le conferían el mando supremo, y, o bien como caudillO de la cohorte sagrada, o bien como Beotarca, presidió siempre a los negocios hasta su muerte. Así, en Platea y en Tespias sufrieron por él los Lacedemonios sus derrotas y sus retiradas, en una de las que falleció Fébidas, aquel que se apoderó de la ciudadela cadmea; y en Tanagra, habiendo hecho huir a muchos, dio muerte al prefecto Pantedes: combates que, si bien a los vencedores les inspiraban aliento y osadía, todavía no alcanzaban a deprimir el ánimo de los vencidos. Porque no hubo una batalla campal ni un combate ordenado y de cierto aparato, sino que con hacer correrías, retiradas y alcances a tiempo, en esta casta de lides fue en las que salieron vencedores.