Estando los principales en esta conferencia, y Pelópidas sumamente dudoso, de pronto una yegua nuevecita se escapó de la manada corriendo por entre las armas, y llegando donde aquellos estaban se paró. A todos dio que observar el color de la crin resplandeciente como el fuego, su ufanía y la suavidad y apacibilidad de su relincho; pero el agorero Teócrito, habiendo reflexionado un poco, dirigió la voz a Pelópidas, y exclamó: “La víctima ¡oh bienhadado! se te ha venido a la mano: no esperemos ya otra virgen; sírvete de aquella que Dios te ha presentado”. Echaron entonces mano a la yegua, la llevaron a la sepultura de las doncellas, donde haciendo plegarias y poniéndole coronas la degollaron alegres, e hicieron correr por el ejército la voz del ensueño de Pelópidas y del sacrificio.