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En la batalla, Epaminondas marchó oblicuamente con la infantería, y fue dilatando su ala izquierda, para llevar lo más lejos posible de los demás Griegos la derecha de los Espartanos, y para rechazar con ímpetu y a viva fuerza a Cleómbroto, que la mandaba. Los enemigos advirtieron lo que pasaba y empezaron a hacer mudanza en su formación, extendiendo y encorvando la derecha, como para envolver y encerrar a Epaminondas con su muchedumbre. En esto, Pelópidas, acelerando el paso y haciendo una conversión con sus trescientos, se adelanta corriendo antes que Cleómbroto desplegue su ala, o que la vuelva a su estado cerrando la formación, y cae sobre los Lacedemonios cuando no estaban a pie firme, sino en cierta confusión y desorden. Es el caso que, siendo los Espartanos los más aventajados artífices y maestros en las cosas de la guerra, en nada ponían más cuidado ni se ejercitaban más que en no separarse ni confundir o desordenar la formación, y antes hacer todos de tribunos y cabos, para poder, donde los cogiese la pelea y el riesgo, cargar y combatir con mayor unión; pero entonces la dirección de Epaminondas con la falange contra aquellos solos, pasando de largo por los demás, y el haber sobrevenido Pelópidas con increíble rapidez y ardimiento, de tal manera desconcertó sus planes y toda su ciencia, que hubo de parte de los Espartanos una fuga y una matanza cuales nunca se habían visto. Así sucedió que igual parte de gloria que a Epaminondas, Beotarca y general de todas las tropas, cupo por victoria y triunfo tan señalados al que no era Beotarca ni mandaba sino a muy pocos.

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