Invadieron ambos Beotarcas el Peloponeso, y atrayendo a su partido la mayor parte de los pueblos, separaron de los Lacedemonios a Elis, Argos, toda la Arcadia y aun la mayor parte de la Laconia. Sucedió esto en el mismo trópico del invierno, al acabarse ya el último mes, del que faltaban muy pocos días, y era preciso que otros magistrados tomaran el mando al entrar el primer mes, o sufrir pena de muerte los que no lo depusiesen. Los otros Beotarcas, por temor de esta ley, y por guardarse de la mala estación, solían apresurarse a volver en ella el ejército a casa; mas entonces Pelópidas fue el primero que, adhiriéndose al voto de Epaminondas y acalorando a los ciudadanos, guió para Esparta, pasó el Eurotas, les tomó muchas ciudades y taló el país hasta el mar, acaudillando setenta mil soldados Griegos, de los que no eran los Tebanos ni una duodécima parte; sólo que la gloria de tales varones, aun prescindiendo de la opinión y resolución común, hacía que siguiesen tranquilamente los aliados cuando éstos los mandaban; porque la primera y más poderosa ley de todas da el mando, sobre el que tiene necesidad de salud, al que puede salvarlo: a la manera que los navegantes mientras hay serenidad, o caminan por la costa, tratan con desdén y aun con altanería a los pilotos; pero luego que aparece la tormenta y el peligro, a éstos vuelven los ojos y en ellos ponen toda su confianza. Así es que los Argivos, los Eleatas y los Árcades, que en los congresos contendían y altercaban con los Tebanos por el mando, en los combates y en los apuros espontáneamente se sometían sujetándose al mando de sus generales. En aquella expedición redujeron a un solo imperio toda la Arcadia; y ocupando la provincia de Mesena, de la que estaban en posesión los Espartanos, llamaron y restituyeron a ella a los antiguos Mesenios, volviendo a poblar a Itoma. Al retirarse a casa por Cencrea, vencieron a los Atenienses, que trataron de oponérseles en las gargantas e impedirles el paso.