Con tales hechos todos estaban tan complacidos de su virtud como admirados de su buena suerte; pero la envidia, inseparable de las ciudades capitales, y que crece en proporción de la gloria de los hombres grandes, no les tenía dispuesto el mejor ni el más conveniente recibimiento; en efecto: ambos a su vuelta tuvieron que defenderse en causa capital, porque, previniendo la ley que en el primer mes, al que dan el nombre de Bucacio, entregasen a otros la Beotarquía, la habían retenido por otros cuatro meses íntegros, que fue en los que no dejaron de la mano las empresas de Mesena, de la Arcadia y la Laconia. El primero llamado a juicio fue Pelópidas, y por lo mismo fue también el que estuvo más expuesto; aunque al cabo ambos fueron absueltos. En la injusta prueba de esta acusación, Epaminondas mostró mucha serenidad, sabiendo que en las cosas políticas la paciencia es una gran parte de la fortaleza y de la magnanimidad; mas Pelópidas, que de suyo era menos sufrido, y además se veía incitado por los amigos a que por aquella persecución se vengase de sus contrarios, no omitió aprovechar la siguiente ocasión. Meneclidas el orador había sido uno de los que con Pelópidas y Melón se habían reunido en casa de Carón; mas porque no habían hecho los Tebanos tanto caso de él, a causa de que, si bien no podía negársele su habilidad en el decir, era por otra parte desarreglado y de mala conducta, empleaba su talento en suscitar toda especie de acusaciones y calumnias a los más distinguidos, no dándose por vencido aun después de la mencionada causa. Y a Epaminondas logró excluirlo de la Beotarquía, y por largo tiempo lo tuvo fuera de los negocios; a Pelópidas no pudo desconceptuarlo con el pueblo; mas a falta de esto procuró indisponerle con Carón; y es que como todos los envidiosos hallan consuelo, ya que ellos no puedan ganarse más aprecio, en hacer que se rebaje el de los otros, ponía gran conato en ensalzar ante el pueblo las hazañas de Carón y en celebrar sus expediciones y sus victorias. Con esta mira trató de que la expedición de Platea, en la que los Tebanos antes de la jornada de Leuctra alcanzaron alguna ventaja yendo Carón de caudillo, se fijara un público monumento por este término. Andrócides de Cícico había recibido de la ciudad el encargo de pintar en un cuadro otra distinta batalla, y estaba en Tebas mismo trabajando en él; mas como luego hubiese ocurrido aquella rebelión, y sobrevenido la guerra cuando ya estaba muy cerca de concluirse, los Tebanos se quedaron con el cuadro. Pues éste era el que Meneclidas trataba de que se consagrase a la memoria de Carón, haciendo poner en él su nombre para marchitar la gloria de Pelópidas y Epaminondas. Era empeño muy necio con batallas y triunfos tan señalados querer poner en contienda un oscuro encuentro y dar valor a una victoria en la que, fuera de la muerte de un Geradas, de poco nombre entre los Espartanos, y las de otros cuarenta, no hay memoria de que se hubiese hecho cosa que mereciese atención. Pelópidas salió al encuentro de este proyecto de decreto, y lo notó de injusto, apoyándose en que entre los Tebanos no estaba recibido que el honor se atribuyera privadamente a un hombre solo, sino que el nombre y el honor de la victoria quedase íntegro para la patria. Y lo que es a Carón le elogió constante y profusamente en su discurso, pero haciendo ver el desarreglo y la malignidad de Meneclidas, preguntó si creían que no había hecho nada en servicio de la ciudad. Con lo que consiguió que a Meneclidas se le multase en una suma muy crecida; y como no pudiese pagarla, últimamente intentó alterar o trastornar el gobierno. Esto también pertenece al examen de estas vidas que escribimos.