Que los Tebanos presentes a la muerte de Pelópidas cayesen en el mayor desconsuelo, llamándole padre, salvador y maestro de los mayores y más apreciables bienes, nada tiene de extraño; pero el que los Tésalos pasasen con sus decretos la raya de cuanto honor puede dispensarse a la humana virtud, esto fue lo que principalmente manifestó en sus demostraciones el aprecio y gratitud con que le miraban. Porque se dice que al saber su muerte cuantos concurrieron a aquella batalla, ni se quitaron la coraza, ni desensillaron los caballos, ni se curaron las heridas, sino que corriendo como se hallaban adonde estaba el cadáver, como si hubiera de sentirlo, pusieron alrededor de su cuerpo, en montón, los despojos de los enemigos, cortaron las crines a los caballos y se cortaron también el cabello, y muchos, yendo después a las tiendas, ni encendieron fuego ni se sentaron a comer, sino que el silencio y la pesadumbre se difundió por todo el campamento, como si no hubieran alcanzado la mayor y más completa victoria sino que más bien hubiesen sido vencidos y esclavizados por el tirano. De las ciudades, luego que corrió la nueva, vinieron las autoridades, y con ellas los mancebos, los muchachos y los sacerdotes, para recibir el cuerpo, trayendo para adornarle trofeos, coronas y armaduras de oro. Llegado el momento de haberse de conducir el cadáver, adelantándose los Tésalos de más provecta edad, pidieron a los Tebanos que les permitieran darle sepultura; y uno de ellos habló de esta manera: “Os pedimos ¡oh aliados nuestros! una gracia que nos ha de servir de honor y de consuelo; pues no hacen la corte los Tésalos a Pelópidas, todavía vivo, ni en tiempo que pueda sentirlo le retribuyen los correspondientes honores, sino que con sernos permitido tocar su cadáver, hacerle las debidas exequias y sepultar su cuerpo, parecerá que debe creérsenos si decimos que esta calamidad es mayor para nosotros que para los Tebanos, pues que vosotros sólo habéis perdido un excelente general, cuando nosotros, además de esta pérdida, hemos sido privados de la libertad. ¿Y cómo ya nos atreveremos a pediros otro general, no restituyéndoos a Pelópidas?” Condescendieron, pues, los Tebanos con sus ruegos.