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Ciertamente que no habrá habido exequias más magníficas que éstas, a juicio de los que no colocando lo magnífico en el marfil, en el oro y en la púrpura, se distinguen de Filisto, que cantó y engrandeció el enterramiento de Dionisio, haciéndolo el desenlace teatral de su tiranía, como si fuera el de una gran tragedia. También Alejandro el Grande, muerto Hefestión, no sólo esquiló las crines de los caballos y de las acémilas, sino que quitó las almenas de los muros, para dar a entender que las ciudades lloraban, habiendo tomado aquel aspecto lúgubre y humilde en lugar de su antigua belleza. Mas todos éstos no son sino preceptos de tiranos, impuestos por necesidad, para envidia de aquellos en favor de quienes se expiden, y en más odio de los que para ellos emplean la fuerza; lejos de ser expresiones de gratitud y honor, no lo son sino de un fausto bárbaro y de ostentación y molicie de hombres que gastan su caudal en cosas vanas, indignas de imitarse. Por el contrario, el que un hombre popular, muerto en tierra extraña, sin hallarse presentes su mujer, sus hijos o sus deudos, sin que nadie lo exija y menos lo mande, sea honrado en sus exequias por tantas ciudades y pueblos reunidos, que llevan y coronan su féretro, esto debe con justa razón parecer el complemento de la felicidad; porque no es la más triste, como Esopo dijo, la muerte del hombre dichoso, sino antes la más bienaventurada, por haber puesto ya en lugar seguro sus buenas acciones y haberse quitado del alcance de las mudanzas de Fortuna. Por tanto, mejor lo entendió aquel Lacedemonio que a Diágoras, triunfador en Olimpia, que alcanzó a ver a sus hijos coronados en los juegos, y nietos de hijos e hijas, le saludó diciéndole: “Muérete ¡oh Diágoras!, pues que no has de subir a otro Olimpo”. Pues todas las victorias olímpicas y píticas juntas no creo que hubiese quien las comparase con uno de los combates de Pelópidas, el cual, habiendo reñido muchas lides, vencedor en todas, y habiendo pasado la mayor parte de su vida en el honor y la gloria, últimamente en su décimatercia beotarquia, después de haber alcanzado el prez del valor sobre muerte de un tirano, dio su vida por la libertad de la Tesalia.

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