Si su muerte causó mucho pesar a los aliados, todavía les fue de mayor provecho, porque los Tebanos, luego que tuvieron noticia del fallecimiento de Pelópidas, no poniendo dilación ninguna en el castigo, dispusieron inmediatamente una expedición de siete mil infantes y ochocientos caballos, bajo el mando de Malcites y Diogitón, los cuales, llegando a tiempo en que Alejandro todavía estaba escaso y debilitado de fuerzas, le obligaron a que restituyese a los Tésalos las ciudades que les había tomado; a que dejase en paz a los de Magnesia, de la Ftiótide y de la Acaya, retirando las guarniciones, y a que pactase con ellos en un tratado que, adondequiera que los Tebanos le condujesen o mandasen, allá los seguiría; siendo esto con lo que los Tebanos se dieron por satisfechos. Ahora referiremos cuál fue la venganza que los Dioses tomaron de Alejandro, a causa de Pelópidas. Ya éste había antes enseñado a Teba, como arriba dijimos, a no mirar con miedo la brillantez y aparato exterior de la tiranía, que interiormente se sostenía sólo con algunas armas y algunos tránsfugas; además, recelosa siempre de su infidelidad e indignada de su fiereza, trató y convino con sus hermanos, que eran tres, Tisífono, Pitolao y Licofrón, El deshacerse de él de esta manera. Todo el resto de la casa estaba al cuidado de aquellos guardias a quienes tocaba custodiarle por la noche; pero del dormitorio en que solía acostarse, que estaba en alto, era único centinela, puesto delante de él, un perro atado, temible a todos menos a ellos dos y al esclavo que le daba de comer. Al tiempo concertado para el hecho, Teba, desde antes de la noche, tenía ocultos a los hermanos en una habitación vecina: entró sola, como lo tenía de costumbre, al cuarto de Alejandro, que ya estaba dormido; salió de allí a poco, y mandó al esclavo que se llevara afuera el perro, porque aquel quería reposar con el mayor sosiego; inmediatamente, para precaver que la escalera hiciese ruido al subir los hermanos, tendió lana por toda ella; trajo luego a los hermanos armados, y, dejándolos a la puerta, entró al dormitorio y sacó la espada que Alejandro tenía colgada sobre el lecho, siendo ésta la seña que se tenían dada para entender que éste dormía y que era el momento de sorprenderle. Como entonces se acobardasen aquellos jóvenes y se detuviesen, empezó a motejarlos y amenazarlos con que despertaría a Alejandro y le descubriría el designio; entonces, entre avergonzados y medrosos, los introdujo y los colocó alrededor del lecho, llevando luz. Sujetóle el uno por los pies, y el otro le tomó la cabeza por los cabellos, y el tercero le pasó con la espada; muriendo, atendida la celeridad del hecho, quizá más pronto de lo que fuera razón; y sólo en haber sido el primer tirano muerto por su mujer, y en la afrenta que sufrió su cadáver, siendo arrojado al suelo y hollado por los de Feras, puede decirse que tuvo el fin debido a sus maldades.