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En esto le echó de ver el rey de los Gesatas, y conjeturando por las insignias que aquel era el general, picó a su caballo y se adelantó mucho a los demás, provocándole a grandes voces y, blandiendo su lanza; era superior a los demás Galos y sobresalía entre ellos por su talla y por toda su armadura, en que brillaban el oro, la plata y la variedad de los colores, con lo que venía a ser como rayo de luz entre nubes. Llevaba Marcelo su vista por toda la hueste enemiga, y como al descubrir aquellas armas le pareciesen las más hermosas de todas y se le ofreciese que con ellas había de cumplir su voto, arremetiendo contra su dueño le atravesó con la lanza la coraza y con el encuentro del caballo le hizo perder la silla y caer al suelo todavía con vida; pero repitiéndole segundo y tercer golpe acabó luego con él. Apeóse en seguida, y luego que tomó en la mano las armas del caído, alzando los ojos al cielo, exclamó: “¡Oh Júpiter Feretrio, tú que registras los designios y las grandes hazañas de los generales en las guerras y en las batallas, tú eres testigo de que con mi propia mano he traspasado y dado muerte a este enemigo, siendo general, a otro general, y siendo cónsul, a un rey; conságrote, pues, estos primeros y excelentísimos despojos; tú concédeme para lo que resta una ventura igual a estos principios!” En esto acometió la caballería, peleando, no con la caballería separada, sino también con la infantería que allí se agolpó, y alcanzó un especial, glorioso e incomparable triunfo, pues no hay memoria de que tan pocos de a caballo hubiesen vencido jamás a tanta caballería e infantería juntas. Dióse muerte a un gran número, y cogiendo muchas armas y despojos, volvió a unirse con su colega, que combatía desventajosamente con los Celtas, junto a la ciudad mayor y más populosa de los Galos. Llámase Milán, y los Celtas la reconocen por metrópoli; por lo cual, peleando con particular denuedo en su defensa, habían conseguido sitiar al sitiador Cornelio. Volviendo en esta sazón Marcelo, los Gesatas, luego que entendieron la derrota y muerte de su rey, se retiraron; Milán fue tomada, y los Celtas espontáneamente entregaron las demás ciudades y se sometieron con todas sus cosas a los Romanos, que les concedieron la paz con equitativas condiciones.

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