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En primer lugar, como en el ejército por las mismas victorias de Aníbal se hubiese introducido mucha insubordinación e indisciplina, a los soldados separados de los reales que corrían el país los destrozaba, debilitando por este medio sus fuerzas. Después, yendo en auxilio de Nápoles y de Nola, a los Napolitanos los alentó y confirmó, porque de suyo eran amigos seguros de Roma, y entrando en Nola, los encontró en sedición, porque el Senado no podía reducir ni gobernar al pueblo que anibalizaba o se mostraba del partido de Aníbal, y es que había en aquella ciudad un hombre de los principales en linaje, y muy ilustre por su valor, llamado Bandio, el cual, en Canas, había peleado con extraordinario valor, habiendo dado muerte a muchos Cartagineses, a la postre se le había encontrado entre los cadáveres traspasado su cuerpo de muchos dardos, de lo que admirado Aníbal, no sólo le dejó ir libre sin rescate, sino que le dio dádivas, y le hizo su amigo y huésped. Correspondiendo, pues, Bandio, agradecido a este favor, era uno de los que anibalizaban con más ardor, y, como tenía influjo, incitaba al pueblo a la deserción. No tenía Marcelo por justo deshacerse de un hombre a quien la fortuna había distinguido tanto y que había tenido parte con los Romanos en sus más memorables batallas, y como además fuese por su carácter dulce y humano en el trato, e inclinado a excitar en los hombres sentimientos de honor, habiéndole en una ocasión saludado Bandio, le preguntó quién era, no porque no le conociese mucho tiempo había, sino para buscar algún principio y motivo de entrar en conversación. Cuando le respondió “soy Lucio Bandio”, mostrando alegrarse y maravillarse: “¡Cómo!- le respondió.- ¿Tú eres aquel Bandio de quien tanto se ha hablado en Roma, con motivo de la batalla de Canas, diciéndose haber sido tú el único que no abandonó al cónsul Paulo Emilio, sino que aún esperaste y recibiste en tu propio cuerpo los dardos que contra aquel se lanzaban?” Contestándole Bandio y mostrando además algunas de sus heridas, “pues teniendo- continuó Marcelo- tales señales de amistad hacia nosotros, ¿por qué no te has presentado al instante? ¿O crees que nos sabemos recompensar la virtud de unos amigos que vemos acatados de nuestros contrarios?” Además de halagarle y atraerle de esta manera, le regaló un caballo hecho a la guerra y quinientas dracmas.

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