Desde entonces Bandio fue para Marcelo el compañero y auxiliar de mayor confianza y el más temible denunciador y acusador de los que eran de contrario partido; había muchos, y tenían meditado, cuando los Romanos saliesen contra los enemigos, robarles el bagaje. Por tanto, Marcelo, formando sus tropas dentro de la ciudad, colocó junto a las puertas todo el carruaje, e intimó a los Nolanos que no se aproximasen a las murallas; notábanse éstas desiertas de defensores, y esto indujo a Aníbal a marchar con poco orden, pareciéndole que los de la ciudad estaban tumultuados. Entonces Marcelo, dando orden de abrir la puerta que tenía próxima, hizo una salida, llevando a sus órdenes lo más brillante de la caballería, y dio de frente sobre los enemigos; a poco salieron por otra puerta los de infantería con ímpetu y algazara, y después de éstos, mientras Aníbal dividía sus fuerzas, se abrió la tercera puerta, y por ella salieron los restantes, y por todas partes hostigaron a unos hombres sobrecogidos con lo inesperado del caso, y que se defendían mal de los que ya tenían entre manos, por los que últimamente habían sobrevenido. Y ésta fue la primera ocasión en que las tropas de Aníbal cedieron a los Romanos, acosadas de éstos con gran mortandad y muchas heridas hasta su campamento, pues se dice que perecieron sobre cinco mil, no habiendo muerto de los Romanos más de quinientos. Livio no confirma el que hubiese sido tan grande la derrota ni tanta la mortandad de los enemigos; pero sí conviene en que de resultas de esta acción adquirió Marcelo gran renombre, y a los Romanos se les infundió mucho aliento, como que no peleaban contra un enemigo invicto o irresistible, sino contra uno que ya, decían, estaba sujeto a descalabros.