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De allí partió con Aníbal, y siendo así que después de la batalla de Canas casi todos los generales y cónsules no tuvieron otro modo de contrarrestarlos que el de huir el cuerpo, no atreviéndose ninguno a esperarle y pelear en formación, él tomó el medio enteramente opuesto, creyendo que si con el tiempo se quebrantaba a Aníbal más pronto quedaba con él quebrantada la Italia, y juzgando que Fabio, con atenerse siempre a la seguridad, no curaba con el remedio conveniente la dolencia de la patria, pareciéndose, en el esperar a que debilitado el contrario apagase la guerra, a aquellos médicos irresolutos y tímidos en la curación de las enfermedades, que aguardan a ver si se debilita la fuerza del mal. Tomó en primer lugar las principales ciudades de los Samnitas que se habían rebelado y, en consecuencia de ello, gran cantidad de trigo que allí había, mucha riqueza, y los soldados de Aníbal que las guarnecían, que eran unos tres mil. A poco, como Aníbal hubiese dado muerte en la Apulia al procónsul Gneo Fulvio, con once tribunos más, y hubiese destrozado la mayor parte del ejército, envió Marcelo cartas a Roma, exhortando a los ciudadanos a que no desmayaran, porque se ponía en marcha para desvanecer el gozo de Aníbal. Acerca de lo cual dice Livio que, leídas estas cartas, no se disipó la pesadumbre, sino que se acrecentó con el miedo, por ser tanto mayor que la pérdida ya sucedida el temor de lo que recelaban, cuando Marcelo se aventajaba a Fulvio. Aquel, al punto, como lo había escrito, marchó a Lucania en persecución de Aníbal, y alcanzándole en las cercanías de la ciudad de Numistrón, donde había tomado posición en unos collados bastantes fuertes, él puso su campo en la llanura. Al día siguiente se anticipó a poner en orden su ejército, y bajando Aníbal se trabó una batalla que no tuvo éxito cierto o que fuese de importancia; con todo de que, habiendo empezado a las nueve de la mañana, con dificultad cesaron después de haber oscurecido. Al amanecer estuvo otra vez pronto con su ejército, formando entre los cadáveres, desde donde provocaba a Aníbal a la batalla; mas como éste se retirase, despojando los cadáveres de los contrarios y dando sepultura a los de los amigos, se puso de nuevo a perseguirle, y habiéndose librado de las muchas asechanzas que aquel le iba armando sin dar en ninguna, superior siempre en las escaramuzas de la retirada, se atrajo una grande admiración. Llegábase el tiempo de los comicios consulares, y el Senado tuvo por más conveniente hacer venir de Sicilia al otro cónsul que mover de su puesto a Marcelo en la lucha continua con Aníbal. Luego que llegó, le dio orden para que publicase por dictador a Quinto Fulvio: porque el que ejerce esta dignidad no es elegido ni por el pueblo ni por el Senado, sino que, presentándose ante la muchedumbre uno de los cónsules o de los pretores, nombra dictador a aquel que le parece, y por este dicho nombramiento se llama dictador el designado, porque al hablar o pronunciar le llaman los Romanos dicere; aunque a otros les parece que el dictador se llama así porque sin necesidad de votos o de autorización de otros para nada, él, por sí mismo, dicta lo que cree conveniente; porque también los Romanos a las determinaciones de los arcontes, que llaman los griegos ordenanzas, les dan el nombre de edictos.

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