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Cuando vino de Sicilia el colega de Marcelo, quería que se proclamase a otro dictador; como fuese muy ajeno de su carácter el ser violento en su opinión, se hizo de noche a la vela para Sicilia; y de este modo el pueblo nombró dictador a Quinto Fulvio: con todo, el Senado escribió a Marcelo para que lo designase él mismo; y mostrándose obediente, lo ejecutó así, suscribiendo a los deseos del pueblo; y él fue otra vez designado para continuar en el mando con la dignidad de procónsul. Convino con Fabio Máximo en que éste se dirigiría contra Tarento, y que él, viniendo a las manos y distrayendo a Aníbal, le estorbaría que pudiera ir en socorro de los Tarentinos; en consecuencia de lo cual le acometió cerca de Canusio, y aunque éste mudaba de posiciones y andaba retirándose, se le aparecía por todas partes. Finalmente, estando paya fijar los reales, lo provocó con escaramuzas, y cuando iban a trabar la batalla, sobrevino la noche y los separo. Mas al día siguiente se halló ya Aníbal con que tenía su ejército sobre las armas; de manera que llegó a incomodarse, y reuniendo a los Cartagineses les rogó que en reñir aquella batalla excedieran a cuanto habían hecho en las anteriores: “Porque ya veis-les dijo- que no nos es dado reposar después de tantas victorias, ni tener holganza siendo los vencedores, si no espantamos a este hombre”; y con esto se comenzó la batalla. Parece que en ella, queriendo Marcelo usar de una estratagema que se vio ser intempestiva, cometió un yerro; en efecto, viendo maltratada su ala derecha, dio orden para que avanzara una de las legiones, y como este movimiento hubiese inducido turbación en los que peleaban, puso con esto la victoria en manos de los enemigos; habiendo muerto de los Romanos dos mil y setecientos hombres. Retiróse Marcelo a su campamento, y, reuniendo el ejército, le dijo que lo que era armas y cuerpos de Romanos, veía muchos; pero Romano, no veía ninguno. Pidiéronle perdón, y les respondió que no podía darlo a los vencidos, y sólo lo concedería si venciesen, pues al día siguiente habían de volver a la batalla, para que sus ciudadanos oyesen antes su victoria que su fuga; y dicho esto, mandó que a las escuadras vencidas se les repartiese cebada en vez de trigo; con lo que, sin embargo de que muchos se hallaban grave y peligrosamente heridos, se dice que ninguno sintió tanto en aquella ocasión sus males como estas palabras de Marcelo.

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