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Al amanecer ya se vio expuesta, según la costumbre, la túnica de púrpura, que era el signo de que se iba a dar batalla, y, pidiendo las escuadras vencidas formar las primeras, les fue concedido: sacaron luego los tribunos las demás tropas, y anunciado que le fue a Aníbal: “¡Por Júpiter!”-exclamó- “¿Qué partido puede tomar nadie con un hombre que no sabe llevar ni la mala ni la buena suerte? Porque sólo él no da reposo cuando vence, ni le toma cuando es vencido; sino que siempre, a lo que se ve, tendremos que estar en pelea con un general que, para ser denodado y resuelto, ora salga bien, ora salga mal, halla siempre motivo en tenerse por afrentado”. Trabáronse con esto las haces, y como de hombres a hombres se pelease de una y otra parte con igualdad, dio orden Aníbal para que, colocando en la primera fila los elefantes, los opusieran a la infantería romana. Produjo al punto esta medida gran turbación y desordenen los que iban los primeros, y entonces, tomando la insignia uno de los tribunos, llamado Fabio, se puso delante e hiriendo con el hierro de la lanza al primero de los elefantes le hizo retroceder. Pegó éste con el que tenía a la espalda y le ahuyentó con todos los demás que le seguían. Apenas lo observó Marcelo, dio orden a la caballería para que con violencia cargara a los que estaban ya en desorden y acabara de desconcertar y poner en huída a los enemigos. Acometieron aquellos con denuedo, y siguieron acuchillando a los Cartagineses hasta su mismo campamento; también los elefantes, tanto los que morían como los heridos, causaron gran daño, porque se dice que los muertos fueron más de ocho mil. De los Romanos murieron unos tres mil; pero heridos lo fueron casi todos; y esto dio a Aníbal la facilidad de levantar cómodamente el campo y retirarse lejos de Marcelo; porque no estaba en estado de perseguirle por los muchos heridos, sino que con reposo se encaminó a la Campania y pasó el verano en Sinuesa, para que se repusieran los soldados.

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