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Aníbal, luego que respiró de Marcelo, considerando su ejército como libre de toda atadura, corrió toda la Italia, poniéndola en combustión; de resultas de lo cual era en Roma desacreditado Marcelo. Sus enemigos, pues, excitaron para que le acusase a Publicio Bíbulo, uno de los tribunos de la plebe, hombre violento y que poseía el arte de la palabra: el cual, congregando muchas veces al pueblo, consiguió persuadirle que diera el mando a otro general, porque Marcelo- dijo-, habiéndose ejercitado un poco en la guerra, se ha retirado ya como de la palestra a los baños calientes, para cuidar de su persona. Llególo a entender Marcelo, y dejando encargado el ejército a los legados, marchó a Roma a vindicarse de aquellas calumnias, encontrándose con que ya se le había formado causa sobre ellas. Señalóse día, y reunido el pueblo en el Circo Flaminio, se levantó Bíbulo a hacer su acusación; defendióse Marcelo, diciendo por sí mismo pocas y muy sencillas razones; pero de los primeros y más señalados ciudadanos tomaron varios con intrepidez y energía su causa, advirtiendo a los demás que no se mostrasen menos rectos jueces que el mismo enemigo, condenando por cobardía a Marcelo, cuando era el único general de quien aquel huía, teniendo tan resuelto no pelear con éste como pelear con los demás. Oídos estos discursos, quedó el acusador tan frustrado en sus esperanzas, que, no solamente fue Marcelo absuelto de los cargos, sino que se le nombró por quinta vez cónsul.

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