Como estuviese en gran conflicto la Grecia, y sobre todo se hallasen en malísimo estado las cosas de los Atenienses, algunas de las familias más principales y más ricas, que por causa de la guerra habían caído en pobreza, y juntamente con los bienes habían perdido todo su esplendor e influjo, viéndose reducidos a este extremo de abatimiento mientras otros brillaban y mandaban, se reunieron clandestinamente en una casa de Platea y se conjuraron o para disolver la república, o, si no salían con su intento, para estragar los negocios de ella, poniéndolos en manos de los bárbaros. Mientras esto se ejecutaba en el campamento, siendo ya muchos los pervertidos, llegó a entenderlo Aristides, y haciéndose cargo de lo arriesgado de la ocasión determinó, ni abandonar del todo y dejar correr semejante acontecimiento, ni descubrirlo tampoco enteramente, ya por no conocer realmente cuántos serían los inculcados, y ya también porque creyó que en aquel caso valía más hacer callar la justicia que la conveniencia pública. Arresta, pues, a solo ocho, entre tantos; de ellos, dos, contra quienes había formado la causa, y que eran los motores principales, Esquines Lampreo y Agesias Acarneo, lograron fugarse del campamento; a los otros, con esto, los dejó libres, dando lugar a que respirasen y se arrepintiesen, en inteligencia de que no habían sido descubiertos, diciendo solamente que la guerra sería el mejor tribunal donde desvaneciesen las sospechas y cargos, esmerándose en mirar por la patria.