Después de esto, Mardonio ensayó el hacer cargar con fuerza considerable de caballería, que era en lo que principalmente se aventajaba a los Griegos, las tropas de éstos, acampadas al pie del Citerón, en posiciones fuertes y pedregosas, a excepción de las de Mégara. Éstas, que consistían en unos tres mil hombres, habían puesto sus reales en terreno más llano: así es que padecieron mucho por la caballería, que cala sobre ellas y las acometía por todas partes. Enviaron, pues, a toda priesa un aviso a Pausanias, pidiéndole auxilio, pues, por si no podían sostenerse contra la muchedumbre de los bárbaros. Pausanias, además de recibir este aviso, veía que el campo de los Megarenses se cubría de saetas y dardos, y que éstos se habían recogido a un punto muy estrecho; mas como no tuviese arbitrios para defenderlos contra los caballos con la infantería, pesadamente armada, de los Espartanos, excitó, entre los demás generales y caudillos de los Griegos que le rodeaban, una contienda y emulación de virtud y gloria, proponiéndoles si habría algunos que voluntariamente se ofreciesen a auxiliar y socorrer a los de Mégara. Excusáronse los demás; pero Aristides tomó este negocio a cargo de los Atenienses, y envió con este designio a Olimpiodoro, el más arrojado de los tribunos, que llevó consigo trescientos hombres escogidos, y mezclados con ellos algunos tiradores. Previniéronse éstos sin dilación, y marcharon a carrera; mas como lo advirtiese Masistio, general de la caballería de los bárbaros, varón muy denodado y de maravillosa estatura y belleza. volviendo su caballo, se dirigió contra ellos. Sostuviéronse y trabaron combate, el que se hizo muy porfiado, teniéndolo por prueba de lo que podría esperarse en adelante. En esto, herido de un dardo, el caballo derribó a Masistio, el cual, caído, apenas podía moverse por el peso de las armas; pero al mismo tiempo había gran dificultad para que fuese ofendido de los Atenienses, que lo tenían cercado y procuraban herirlo, por cuanto no sólo llevaba defendidos el pecho y la cabeza, sino todo el resto del cuerpo, con piezas de oro y plata. Con todo, hi- rióle uno con la punta del dardo en la parte del casco por donde se descubría un ojo, oultándole la vida, y los demás Persas, abandonando el cadáver, dieron a huir. Echóse de ver la grandeza de esta victoria, no en la muchedumbre de los muertos, porque eran en corto número, sino en el llanto de los bárbaros: porque por la falta de Masistio se cortaron el cabello a sí mismos y a los caballos y acémilas, y llenaron todo el contorno de suspiros y sollozos en señal de que habían perdido un hombre, el primero en valor y poder, después de Mardonio.