Después de estos sucesos no convenían los Atenienses en conceder el prez del valor a los Lacedemonios, ni les permitían levantar trofeo, habiendo estado en muy poco el que de pronto se arruinase toda aquella dicha de los Griegos, estando como estaban sobre las armas, a no haber sido que Aristides, exhortando y persuadiendo a sus colegas, y especialmente a Leócrates y Mirónides, alcanzó y obtuvo de ellos que se dejara la decisión a los otros Griegos. Deliberando, pues, éstos, propuso Teogitón de Mégara que el prez había de darse a otra ciudad si no querían que se encendiese una guerra civil, y como a esta propuesta se hubiese puesto en pie Cleócrito de Corinto, por lo pronto hizo creer que iba a pedir aquel premio para los Corintios, porque después de Esparta y Atenas era Corinto una de las ciudades de más fama: pero hizo a favor de los de Platea una admirable propuesta, que agradó a todos, porque aconsejó que para quitar toda contienda se diera el prez a los Plateenses, por cuya preferencia nadie había de incomodarse; así fue que al pronto otorgó Aristides por los Atenienses, y en seguida Pausanias por los Lacedemonios. Reconciliados de este modo, separaron del botín ochenta talentos para los de Platea, con los cuales reedificaron el templo de Atenea, labraron su estatua y adornaron el templo con pinturas que aún el día de hoy se conservan frescas. Levantaron trofeos separadamente: de una parte, los Lacedemonios, y de otra, los Atenienses; pero en cuanto a sacrificios, habiendo consultado a Apolo Pitio, les dio por respuesta que construyesen el ara de Zeus Libertador, y que se abstuviesen de sacrificar hasta que, apagado el fuego de todo el país, como contaminado por los bárbaros, lo encendiesen puro en el altar común de Delfos. Los magistrados, pues, de los Griegos, enviaron de pueblo en pueblo a que en todas las casas se apagase el fuego, y en Platea, habiendo ofrecido Éuquidas que iría en toda diligencia a tomar y traerles el fuego del dios, marchó para Delfos. Lavóse allí el cuerpo, hízose aspersiones, coronóse de laurel, y, tomando del ara el fuego, se volvió corriendo a Platea, y llegó antes de ponerse el sol, habiendo andado aquel día mil estadios. Saludó a sus conciudadanos, e inmediatamente cayó en el suelo, y expiró de allí a poco. Recogieron los de Platea su cadáver, y lo sepultaron en el templo de Ártemis Euclea, poniéndole por inscripción estos versos: A Delfos llegó Éuquidas corriendo y volvió a su ciudad el mismo día; y el sobrenombre de Euclea se lo dan muchos a Ártemis; pero algunos dicen que Euclea fue hija de Heracles y Mirtos, hija de Menecio y hermana de Patroclo, que habiendo muerto doncella es tenida en veneración por los Beocios y los Locros, porque su ara y su estatua se ven colocadas en todas las plazas, y le hacen sacrificios las novias y los novios.