Permanecía todavía en España cuando Escipión el mayor, que era su rival y quería poner término a sus glorias, se propuso pasar a encargarse de las cosas de España, e hizo que se le nombrara sucesor de Catón. Apresuróse a llegar pronto, para que tuviera cuanto antes fin el mando de éste; el cual, tomando para salir a recibirle a cinco cohortes de infantería y quinientos caballos, derrotó a los Lacetanos, y entregado de seiscientos tránsfugas que había entre ellos, los pasó a cuchillo. Llevólo Escipión a mal, y contestó Catón con ironía que así era como Roma sería mayor, si los hombres grandes e ilustres no daban lugar a que los oscuros entraran a la parte con ellos en lo sumo de la virtud, y si los plebeyos, como él, se empeñaban en competir en virtud con los que les aventajaban en gloria y en linaje. Con todo, habiendo decretado el Senado que nada se mudara o alterara de lo dispuesto por Catón, se le pasó en blanco a Escipión su mando en la inacción y el ocio, más bien con mengua de su gloria que de la de aquel. Después de haber triunfado, no hizo lo que suelen la mayor parte de los hombres que, no aspirando a la virtud, sino a la gloria, luego que han subido a los supremos honores y que han conseguido los consulados y los triunfos, se proponen pasar el resto de su vida en el placer y el descanso, dando de mano a los negocios públicos; ni como éstos relajó o aflojó en nada su virtud, sino que, al modo de los que empiezan a tomar parte en el go- bierno, sedientos de honor y de fama, como si de nuevo comenzara estuvo pronto a que los amigos y los ciudadanos se valieran de él, sin excusarse de las defensas de las causas ni de la milicia.