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Acompañó de legado en la administración de la provincia a Tiberio Sempronio, procónsul de la Tracia y del Danubio, y fue a Grecia de tribuno de legión con Manio Acilio contra Antíoco el Grande, que inspiró miedo a los Romanos, después de Aníbal, más que otro alguno; porque habiendo ocupado desde luego casi toda el Asia en la extensión en que la había dominado Seleuco Nicátor, y sujetado a muchas naciones bárbaras, había resuelto acometer a los Romanos, como los únicos que podían ser sus dignos enemigos. Buscó para la guerra un motivo plausible, que fue el de libertar a los Griegos, sin embargo de que no lo habían menester, porque hacía poco habían sido hechos libres e independientes del poder de Filipo y de los Macedonios por beneficio de los Romanos; con este objeto marchó allá con un ejército, con lo que se conmovió al punto la Grecia y quedó como en suspensión, excitada a grandes esperanzas por los demagogos. Envió, pues, Manio mensajeros a las diferentes ciudades, y a la mayor parte de los perturbadores los aquietó y sosegó Tito Flaminino sin la menor disensión, como lo decimos en su vida; Catón apaciguó también a los de Corinto, de Patras y de Egio; pero donde se detuvo por más tiempo fue en Atenas. Dícese que corre un discurso que en griego hizo a aquel pueblo, manifestándole su veneración a la virtud de los antiguos Atenienses, y el placer que había tenido en haber visto aquella ciudad, célebre por su hermosura y su grandeza; mas esto no es cierto, pues habló a los Atenienses por medio de intérprete, no obstante que podía haberlo hecho por sí; sólo que quiso acomodarse a las costumbres patrias, y zaherir a los necios admiradores de las cosas griegas. Así es que a Postumio Albino, que escribió en griego una historia y pidió se le disculpase, lo satirizó diciendo que se le concedería la disculpa si para emprender aquella obra hubiera sido obligado por un decreto de los Anfictiones, Se conserva en memoria que los Atenienses se maravillaron de su prontitud y de la concisión de su lenguaje; porque lo que él decía brevemente no lo traducía el intérprete sino con pesadez, y empleando muchas palabras; y que, en fin, les había parecido que a los Griegos les salían las voces de los labios y a los Romanos del corazón.

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