Cerró Antíoco las gargantas de las Termópilas con su ejército, y a las naturales defensas del sitio añadió fosos y trincheras, pensando que así tenía cercada a su arbitrio la guerra; y en verdad que los Romanos desconfiaron de poder romper por el frente; pero, resolviendo Catón en su ánimo aquellos atrincheramientos y aquel cerco, marchó por la noche a hacer un reconocimiento, llevando consigo una parte del ejército. Llegado a la cumbre, como el guía, que era un esclavo, desconociese el camino, se vio perdido en aquellas asperezas y derrumbaderos, causando esto en los soldados gran miedo y desaliento. Advirtiendo, pues, el peligro, mandó a todos los demás que no se movieran y aguardaran allí, y tomando consigo a Lucio Manlio, hombre hecho a caminar por las montañas, discurrió con gran fatiga y riesgo en una noche oscura y ya adelantada por entre acebuches y peñascos, dando rodeos y sin saber dónde ponía el pie, hasta que, llegando a un camino abierto, que se dirigía hacia abajo, y les pareció iría al campamento de los enemigos, pusieron señales en unas eminencias muy altas, que descollaban sobre el Calídromo. Retrocedieron desde aquel punto, reuniéronse con las tropas, y encaminándose a las señales, puestos otra vez en el camino, comenzaron a marchar con seguridad; pero a poco que anduvieron les faltó la senda, encontrándose con un barranco, por lo que les sobrevino otra vez la incertidumbre y el miedo, no sabiendo ni advirtiendo que ya se habían puesto muy cerca de los enemigos. Clareaba el día cuando les pareció que oían cierto murmullo, y de repente vieron un campamento griego y la guardia puesta al pie de la roca. Haciendo, pues, allí alto Catón con sus tropas, dio orden de que se le presentasen solos los Firmanios, que eran los que siempre se le habían mostrado más fieles y dispuestos. Cómo acudiesen éstos al punto y le cercasen en tropel, “deseo- les dijo- que se coja vivo a uno de los enemigos y se sepa de él qué guardia es aquella, cuál su número y cuál el orden, formación y disposición en que nos aguardan. Este rebato debe ser obra de prontitud y arrojo, que es en el que confiados los leones se lanzan sin armas sobre los otros tímidos animales”. Dicho esto, partieron de allí con celeridad los Firmanios del modo que se hallaban, y corriendo por aquellos montes se dirigieron contra la guardia; cogiéndola desprevenida, todos se sobresaltaron y dispersaron; no obstante, pudieron coger a uno armado como estaba y lo pusie- ron en manos de Catón. Supo por éste que la principal fuerza estaba apostada en la garganta con el rey y que los que le guardaban las avenidas eran unos seiscientos Etolios escogidos; y mirando con desprecio así el corto número como la nimia confianza, marchó contra ellos al toque de trompetas y con grande gritería, siendo el primero a desenvainar la espada; pero los enemigos, luego que los vieron descender de las alturas, dando a huir hacia el cuerpo del ejército, lo pusieron todo en gran confusión.