En la parte moral, su deseo de gloria no estaba del todo exento de obstinación ni libre de ira; en su deseo de mostrarse principalmente émulo de Epaminondas, imitaba muy bien su actividad, su constancia y su desprendimiento de las riquezas, pero no pudiendo mantenerse entre las disensiones políticas dentro de los límites de la mansedumbre, de la circunspección y de la humanidad, por la ira y la propensión a las disputas, parecía que era más propio para las virtudes militares que para las civiles; así es que desde niño se mostró aficionado a la guerra y tomaba con gusto las lecciones que a esto se encaminaban, como el manejar las armas y montar a caballo. Tenía también buena disposición para la lucha, y algunos de sus amigos y maestros le inclinaban a que se hiciese atleta; pero les preguntó si de esta enseñanza resultaría algún inconveniente para la profesión militar, y como le respondiesen lo que había en realidad, a saber: que debía de haber gran diferencia en el cuidado del cuerpo y en el género de vida entre el atleta y el soldado, y que principalmente la dicta y el ejercicio en el uno, por el mucho sueño, por la continua hartura, por el movimiento y el reposo a tiempos determinados para aumentar y conservar las carnes, no podían sin riesgo admitir mudanza, mientras el otro debía estar habituado a toda variación y desigualdad, y en especial a sufrir fácilmente el hambre y fácilmente la falta de sueño, enterado de ello Filopemen, no sólo se apartó de aquel género de ocupación y lo tuvo por ridículo, sino que después, siendo general, hizo desaparecer, en cuanto estuvo de su parte, toda la enseñanza atlética con la afrenta y los dicterios, como que hacía inútiles para los combates necesarios los cuerpos más útiles y a propósito.