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Suelto ya de los maestros y curadores, en las excursiones cívicas que solían hacer a la Laconia, con el fin de merodear y recoger botín, se acostumbró a marchar siempre el primero en la invasión y el ultimo en la vuelta. Cuando no tenía ocupación ejercitaba el cuerpo con la caza o con la labranza, para formarle ágil y robusto, porque tenía una excelente posesión a veinte estadios de la ciudad. Todos los días iba a ella después de la comida o de la cena, y acostándose sobre el primer mullido que se presentaba, como cualquiera de los trabajadores, allí dormía; a la mañana se levantaba temprano, y tomando parte en el trabajo de los que cultivaban o las viñas o los campos, se volvía luego a la ciudad, y con los amigos y los magistrados conversaba sobre los negocios públicos. Lo que de las expediciones le tocaba lo empleaba en la compra de caballos, en la adquisición de armas y en la redención de cautivos, y procuraba aumentar su patrimonio con la agricultura, la más inocente de todas las granjerías. Ni esto lo hacía como fortuitamente y sin intención, sino con el convencimiento de que es preciso tenga hacienda propia el que se ha de abstener de la ajena. Oía no todos los discursos y leía no todos los libros de los filósofos, sino aquellos de que le parecía había de sacar provecho para la virtud, y en las poesías de Homero daba preferencia a las que juzgaba propias para despertar e inflamar la imaginación hacia los hechos de valor. De todas las demás leyendas se aplicaba con mayor esmero a los libros de táctica de Evángelo, y procuraba instruirse en la historia de Alejandro, persuadido de que lo que se aprende debe aprovechar para los negocios, a no que se gaste en ello el tiempo por ociosidad y para inútiles habladurías. Porque también en los teoremas de táctica, dejando a un lado las demostraciones de la pizarra, procuraba tomar conocimiento y como ensayarse en los mismos lugares examinando por sí mismo en los viajes y comunicando a los que le acompañaban las observaciones que hacía sobre el declive de los terrenos, las cortaduras de los llanos y todo cuanto con los torrentes, las acequias y las gargantas ocasiona dificultades y obliga a diferentes posiciones en el ejército, ya teniendo que dividirle y ya volviéndole a reunir. Porque, a lo que se ve, su afición a las cosas de la milicia le llevó mucho más allá de los términos de la necesidad, y miró la guerra como un ejercicio sumamente variado de virtud, despreciando enteramente a los que no entendían de ella como que no servían para nada.

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