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Envió Filipo embajadores a Roma, y también envió Tito quien negociase que el Senado le prorrogara el tiempo si había de continuarse la guerra, o le concediera que él fuese quien ajustara la paz, pues estando poseído de un ardiente deseo de gloria, temía que se lo arrebatara de las manos del nuevo general que se nombrase para la guerra. Proporcioná- ronle sus amigos que Filipo no saliera con su propósito y que se le conservara el mando; luego que recibió el decreto, alentado con grandes esperanzas, se encaminó al punto hacia la Tesalia para continuar la guerra contra Filipo, teniendo a sus órdenes sobre veintiséis mil hombres, para cuyo número habían dado los Etolos seis mil infantes y cuatrocientos caballos. El ejército de Filipo, en el número, venía a ser casi igual. Partieron en busca unos de otros, y habiendo llegado cerca de Escotusa, donde pensaban dar la batalla, no concibieron los generales aquel temor regular por verse tan cerca, sino que, al revés, fue mayor en unos y en otros el ardor y la confianza: en los Romanos, por esperar vencer a los Macedonios, cuyo nombre por Alejandro iba acompañado de la idea del valor y del poder, y en los Macedonios, porque aventajándose los Romanos a los Persas, de quedar superiores a aquellos, se seguiría que Filipo sobrepujase en gloria al mismo Alejandro. Por tanto, Tito exhortaba a sus soldados a que se mostrasen esforzados y valientes, teniendo que lidiar en el más brillante teatro, que era la Grecia, contra los contendores de más fama. Filipo, bien fuese por su mala suerte, o bien por un apresuramiento intempestivo, como estuviese cerca un cementerio algo elevado, subiéndose a él, empezó a tratar y disponer lo que suele preceder a una batalla; pero sobrecogido de un gran desaliento, de resulta de la observación de las aves, no se determinó por aquel día.

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