Cuando el cónsul Cecilio Metelo fue enviado de general al África para la guerra contra Yugurta, nombró por legado a Mario, el cual, aprovechando aquella ocasión de hechos señalados e ilustres, dejó a un lado el cuidar de los aumentos de Metelo y el ponerlo todo a su cuenta, como solían hacerlo los demás. No teniendo, pues, en tanto el haber sido nombrado legado por Metelo como el que la fortuna le ofreciese tan favorable oportunidad y le introdujese en tan magnífico teatro, se esforzó a dar pruebas de toda virtud; y llevando consigo la guerra mil incomodidades, ni rehusó ningún trabajo, por grande que fuese, ni desdeñó tampoco los pequeños. Con esto, con aventajarse a sus iguales en el consejo y la previsión de lo que convenía, y con igualarse a los soldados en la sobriedad y el sufrimiento, se ganó enteramente su amor y benevolencia; porque, en general, parece que le da consuelo al que tiene que trabajar que haya quien voluntariamente trabaje con él, pues con esto parece como que a él también se le quita la necesidad. Era, además, espectáculo muy agradable al soldado romano un general que no se desdeñaba de comer públicamente, el mismo pan, de tomar el mismo sueño sobre cualquiera mullido y de echar mano a la obra cuando había que abrir fosos o que establecer los reales, pues no tanto admiran a los que distribuyen los honores y los bienes como a los que toman parte en los peligros y en la fatiga, y en más que a los que les consienten el ocio tienen a los que quieren acompañarlos en los trabajos. Conduciéndose, pues, Mario en todo de esta manera, y haciéndose popular por este término con los soldados, en breve llenó el África y en breve a la misma Roma de su fama y de su nombre, por medio de los que desde el ejército escribían a los suyos que no se le vería término y fin a aquella guerra mientras no eligiesen cónsul a Mario.