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Cuando ya los Romanos se decidieron a hacerles frente, y, cargando sobre ellos, los rechazaron en el acto de subir, desordenados algún tanto, se dirigían a lo llano, y los primeros empezaban a tomar formación en él; pero a este tiempo sobrevino gritería y desorden en los últimos, porque Marcelo estuvo atento a aprovechar la oportunidad, y luego que el rumor se sintió en las alturas, inflamando a los que tenía a sus órdenes, cargó por la espalda, causando en los últimos gran destrozo; éstos, impeliendo a los que tenían delante, en breve llenaron de turbación todo el ejército; ni sufrieron tampoco por mucho tiempo el ser heridos por dos partes, sino que dieron a huir en completo desorden. Siguiéronles los Romanos el alcance, y a doscientos mil de ellos o los cautivaron o les dieron muerte, y apoderándose de tiendas, de carros y de otros despojos, cuanto no fue saqueado decretaron quedase en beneficio de Mario, y con haberle cedido un presente tan rico, no se creyó que se había dado una cosa correspondiente a su mérito en aquel mando, por lo extraordinario del peligro. Algunos hay que no convienen en la cesión del botín ni en la muchedumbre de los que perecieron. De los de Marsella se cuenta que con los huesos cercaron sus viñas, y que la tierra, con los cadáveres que allí cayeron y con las copiosas lluvias del invierno, se abonó en tales términos, penetrando hasta muy adentro la podredumbre, que rindió una pingüe cosecha, haciendo cierto el dicho de Arquíloco de que con tal abono se fertilizan los campos. No sin causa, a las grandes batallas se siguen, en opinión de algunos, abundantes lluvias, ya sea porque algún Genio tome por su cuenta lavar y purificar la tierra con agua limpia del cielo, o ya porque la mortandad y la podredumbre levanten vapores húmedos y pesados que alteren el aire, fácil a recibir grandes mutaciones de pequeños principios.

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