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Noticioso de que Ciro, hijo del Rey, venía a Sardis, subió a tratar con él y a acusar a Tisafernes de que, aparentando dar auxilio a los Lacedemonios y querer expeler del mar a los Atenienses, parecía, sin embargo, que, ganado por Alcibíades, había perdido su actividad, y que, proveyendo a los gastos de la escuadra con escasez, se proponía destruirla. Tenía deseo el mismo Ciro de encontrar en falta a Tisafernes y de que se le hablara mal de él, porque le conceptuaba malo y porque había entre los dos particulares motivos de disgusto. Mirado Lisandro con aprecio por este motivo y por toda su conducta, principalmente, se atrajo con su obsequioso trato el afecto de aquel joven, al que confirmó en las ideas de guerra: y cuando ya estaba para retirarse, dándole Ciro un banquete, le encargó que de ningún modo desechara su disposición a complacerle, sino que dijese y pidiese cuanto quisiera, porque en nada sería desatendido. Entonces Lisandro le salió al encuentro, diciendo: “Pues que tal es ¡oh Ciro! tu buena voluntad, te pido y te exhorto a que añadas un óbolo al estipendio de los marineros, de manera que perciban cuatro óbolos en lugar de tres.” Complacido Ciro con esta honrosa petición, le entregó diez mil daricos, con los que, aventajando en el óbolo a los marineros y mejorando su condición, en poco tiempo dejó vacías las naves de los enemigos, porque el mayor número se iba al que daba más, y los que quedaban se volvían desidiosos e insubordinados, no dando sino disgustos a sus generales. Mas aun con haber dejado tan solos a los enemigos y haberles hecho tantos males, huía receloso de un combate naval, temiendo a Alci- bíades, que, sobre ser hombre activo y tener mayores fuerzas, en cuantas batallas se había encontrado hasta entonces, por mar y por tierra, en todas había salido vencedor.

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