Sucedió a poco que, haciendo Alcibíades viaje a Focea desde Samo, y dejando con el mando de la armada a Antíoco, éste, como para insultar a Lisandro, se dirigió orgulloso con dos galeras al puerto de Éfeso, pasando con arrogancia y con algazara y burla por delante de la escuadra; de lo que, irritado Lisandro, al pronto no despachó sino unas cuantas galeras en su persecución; pero viendo que los Atenienses le daban auxilio de su parte, envió luego otras, y al fin vino a trabarse un combate naval, en el que venció Lisandro; tomó quince galeras y erigió un trofeo. El pueblo de la capital de Atenas, disgustado con este suceso, quitó el mando a Alcibíades, y como también los soldados que había en Samo le denostasen e insultasen, se retiró del campamento al Quersoneso. No fue esta batalla en sí misma de grande entidad; pero la fortuna le dio nombradía por causa de Alcibíades, Lisandro, de su parte, hizo concurrir a Éfeso, de las otras ciudades, a aquellos sujetos que observó sobresalían en valor y prudencia; con lo que echó disimuladamente las primeras semillas del decenvirato y demás mudanzas de gobierno que introdujo más adelante. Procuró, pues, excitarlos e inflamarlos a que formaran ligas y cofradías entre sí, y a que se aplicaran a los negocios, para que, en el mismo momento de, ser excluidos los Atenienses, quitaran el gobierno democrático y mandaran ellos en su respectiva patria. Cumplió a su tiempo a cada uno de éstos con obras la palabra que les había dado, elevando a los que había hecho sus amigos y huéspedes a los mayores honores, comisiones y mandos, sin reparar en ser él también injusto y en cometer errores por servir a la codicia de ellos; de donde provino que todos le tenían consideración, le obsequiaban y deseaban, con la esperanza de que podrían aspirar a las mayores cosas si él quedaba vencedor; por lo al principio vieron con disgusto que iba Calicrátidas a sucederle en el mando de las naves, y aun después, cuando ya éste había dado pruebas de ser el hombre más recto y justo, no estaban contentos con su modo de gobernar, que tenía mucho de la verdad y sencillez dórica, sino que, admirando su virtud a la manera que la belleza de una estatua heroica, echaban de menos la actividad de aquel y buscaban su condescendencia con los amigos y la utilidad que les provenía; así es que cuando partió se desconsolaron y llegaron hasta derramar lágrimas.