Refiérese que, en este estado de cosas, hubo quien oyó en el Ceramico la conversación que entre sí tenían unos ancianos, en la que censuraban al tirano de haber descuidado la guarda de la muralla por la parte del Heptacalco, que era únicamente por donde los enemigos tenían un paso y entrada sumamente fácil, y que de esta conversación se dio conocimiento a Sila; éste no la despreció, sino que, pasando a la noche al sitio, y hallando que era accesible y fácil de ocupar, lo puso al punto por obra. Dice el mismo Sila, en sus Comentarios, que el primero que subió a la muralla, llamado Marco Ateyo, como se le opusiese un enemigo, le dio un golpe en el casco, y con la gran fuerza que para él hizo se le rompió la espada, la que no salió del lugar de la herida, sino que se quedó fija en él. Tomóse, pues, la ciudad por aquel punto que los ancianos atenienses habían designado, y el mismo Sila, derribando hasta el suelo el lienzo de muralla entre las Puertas Piraica y Sagrada, entró a la medianoche, causando terror y espanto con el sonido de los clarines y de una infinidad de trompetas y con la gritería y algazara de los soldados, a los que dio entera libertad para el robo y la matanza: así, corriendo por las calles, con las espadas desenvainadas, es indecible cuánto fue el número de los muertos, aunque por la sangre que corrió se puede todavía computar a lo que debió ascender. Pues sin que entren en cuenta los que mu- rieron por todo el resto de la ciudad, la matanza de sólo la plaza inundó cuanto terreno cae dentro de la Puerta Dípila; y aun hay muchos que dicen que llegó hasta la parte de afuera. Y con ser tantos los que así perecieron no fueron menos los que se quitaron la vida de lástima y aflicción por su patria, que daban por deshecha y arruinada del todo, obligando a los mejores ciudadanos a desconfiar y temer por las salud de ella el que de Sila nada humano ni clemente se prometían. Con todo, parte por los ruegos y súplicas de Midias y Califonte, unos de los desterrados, y parte también por la intercesión de todos los senadores, que eran de la expedición y le pidieron conservara la ciudad, como además se hallase satisfecho en su venganza, dijo, después de haber hecho un elogio de las antiguos Atenienses, que hacía a los pocos el obsequio de los muchos, a los muertos el de los vivos. Escribe en sus Comentarios haber tomado a Atenas el día 1o de marzo, que viene a corresponder al principio también del mes Antesterión, en el que casualmente se hacen muchas ceremonias y fiestas de conmemoración por la excesiva lluvia que causó tamaña ruina y estrago como fue el del diluvio, que vino a suceder en tales días. Tomado lo que propiamente se llama la ciudad, como el tirano se hubiese retirado a la ciudadela, le puso cerco, encargando de él a Curión. Resistió aquel por bastante tiempo, pero al cabo se entregó estrechado de la sed; en lo que intervino una señal y prodigio de la divinidad, porque en el mismo día y en la misma hora en que Curión le recibió, habiendo la mayor serenidad, repentinamente se amontonaron muchas nubes, y la gran lluvia que cayó inundó la ciudadela. Tomó igualmente Sila el Pireo de allí a breves días, y abrasó la mayor parte de sus obras, y entre ellas la armería de Filón, que era una de las más admirables.