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En esto, Taxiles, general de Mitridates, bajando de la Tracia y la Macedonia con cien mil infantes, diez mil caballos y noventa carros falcados, llamaba para que se le reuniese a Arquelao, que todavía se mantenía en la marina, en la parte de Muniquia, por no querer ni retirarse del mar, ni combatir con los Romanos, sino sólo entretener la guerra e interceptar a éstos los víveres. Conociólo todavía mejor que él Sila, y así marchó precipitadamente hacia la Beocia, abandonando unos terrenos quebrados, y que aun en tiempo de paz no podían proveer a su subsistencia. Eran muchos los que creían que había errado su calculo, por cuanto, dejando el Ática, que era país áspero y poco a propósito para la caballería, había bajado a los valles y a las dilatadas llanuras de la Beocia, no obstante ver que la fuerza principal de los bárbaros consistía en los carros y en la caballería; pero por huir, como hemos dicho, del hambre y la carestía, se vio precisado a preferir el peligro de una batalla. Dábale, además, cuidado Hortensio, buen caudillo y animoso guerrero, que trayendo de la Tesalia refuerzos al mismo Sila, era espiado y aguardado de los bárbaros en los desfiladeros. Estos fueron los motivos que tuvo Sila para marchar a la Beocia, y en cuanto a Hortensio, Cafis, que seguía nuestra causa, le condujo, engañando a los bárbaros, por caminos excusados a aquella misma Títora, que no era entonces una ciudad grande como lo es hoy, sino sólo un castillo clavado en una roca tajada, a la que ya en otro tiempo se acogieron y en la que se salvaron aquellos Focenses que huyeron de Jerjes en su venida. Allí se acampó Hortensio, y por el día se ocultó a los enemigos; mas a la noche bajó por los terrenos más fragosos a Patrónide, donde con su tropa se unió a Sila, que le salió al encuentro.

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