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Mas la afición a los deleites y a las riquezas es la que principalmente hace ver que la índole del uno era propia para el gobierno y la del otro para la tiranía; porque no aparece que el uno manifestase la menor intemperancia ni el más juvenil descuido en tan grande autoridad y poder, sino que evitó, más que cualquiera otro, que pudiera aplicársele aquello del proverbio: Leones en casa, zorras en lo raso. ¡Tan arreglada, tan contenida y propiamente lacónica fue en todas partes su conducta y su tenor de vida! El otro, en cambio, ni de joven puso freno a sus apetitos por su pobreza, ni de viejo por la edad, y mientras daba a sus ciudadanos excelentes leyes sobre el matrimonio y la continencia, él an- daba derramado en amores y en liviandades, como dice Salustio. Así es que dejó la ciudad tan pobre y escasa de numerario, que a las ciudades amigas y aliadas se les vendía por dinero la libertad y la independencia; y esto en medio de que todos los días confiscaba y publicaba las casas más ricas y acaudaladas; y es que no había medida ninguna en lo que prodigaba y derramaba a sus aduladores. ¿Ni qué cuenta y razón podía haber para sus profusiones y condescendencias entre el vino y los banquetes, cuando en público, y a presencia del pueblo, vendiendo una grande hacienda, y ofreciendo muy poco por ella uno de sus amigos, mandó que se cerrara la subasta, y porque otro dio más y el pregonero publicó el aumento se puso de mal humor, diciendo: “Es una crueldad y una tiranía, amados ciudadanos, que yo no haya de poder adjudicar mis despojos, que son míos, a quien me dé la gana”? Mas Lisandro, hasta los presentes que se le hicieron los remitió con todo lo demás a sus ciudadanos; y no es esto alabar su hecho, porque quizá causó éste más daño a Esparta con la riqueza que en ella introdujo que aquel a Roma con la que le robó, sino que lo traigo para prueba de su desprendimiento. Una cosa hubo propia y peculiar de cada uno de los dos respecto de su ciudad, y fue que Sila, con ser él mismo desarreglado y pródigo, hizo moderados a sus ciudadanos; y Lisandro llenó su ciudad de aquellas pasiones y afectos de que él estuvo más distante. Erraron, pues, ambos; el uno, siendo peor que sus leyes, y el otro, haciendo peores que él a sus ciudadanos; porque enseñó a Esparta a tener en precio y apetecer aquello que él habla aprendido a no echar de menos. Esto es por lo que hace al orden político.

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