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En los combates y batallas, en los hechos de armas, en el número de los trofeos y en la grandeza de los peligros, Sila no admite comparación. Es cierto que el otro alcanzó dos victorias en dos batallas navales, y que puede agregarse a ellas el sitio de Atenas, en sí bien poca cosa, pero al que dio nombre la fama; sin embargo, los sucesos de la Beocia y de Haliarto, que acaso serían una desgracia, más parece que deben atribuirse a precipitación de quien no pudo aguardar a que llegaran de Platea las grandes fuerzas del rey, sino que, llevado de la cólera y la ambición, se arrojó temerariamente a los muros, a que unos cualesquiera hombres tenidos en nada, haciendo una salida, le dieran muerte. Pues no pereció de una sola herida mortal, como Cleónibroto en Leuctras resistiendo a los enemigos que le oprimían, ni como Ciro y Epaminondas persiguiendo a los que ya cedían y asegurando la victoria, sino que éstos murieron como a reyes y generales correspondía, y Lisandro tuvo la muerte de un escudero o de un correo, con la nota de haberse sacrificado sin gloria; confirmando la opinión de los antiguos Esparciatas, que con razón aborrecían los combates murales, en los que no sólo de la mano de un hombre cualquiera, sino de la de un muchacho o de una mujer acontece morir herido el más esforzado, como se cuenta de Aquiles haber sido muerto por Paris en las puertas de Troya. Mas las victorias de Sila en batallas campales, los millares de enemigos con quienes acabó, ni siquiera es fácil numerarlos: dos veces tomó a la misma Roma; y el Pireo de Atenas no lo conquistó por hambre como Lisandro, sino arrojando de la tierra al mar a Arquelao, en fuerza de repetidos y obstinados combates. También entran por mucho en estas cosas los contrarios; pues tengo por juego y burlería el haber combatido en el mar con Antíoco, pedagogo de Alcibíades, y haber engañado al orador de los Atenienses Filocles, Hombre oscuro, sin más que larga lengua; a los cuales se desdeñaría Mitridates de que se les comparara con su palafrenero y Mario con cualquiera de sus lictores; pero de los grandes que contendieron con Sila, cónsules, pretores, demagogos, para pasar en silencio a los demás, ¿quién, entre los Romanos, más temible que Mario? ¿quién, entre los reyes, más poderosos que Mitridates? Y entre las gentes de Italia ¿quiénes más aguerridos y mejores soldados que Lamponio y Telesino? Pues de todos éstos, al primero le obligó a huir, al segundo lo sojuzgó y a éstos últimos les dio muerte.

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