Por de contado, nadie abatió ni mortificó más el orgullo del gran Rey que Cimón; porque no se contentó con verle fuera de la Grecia, sino que, siguiéndole paso a paso, sin dejar respirar ni pararse a los bárbaros, ya talaba y asolaba un país, ya en otra parte sublevaba a los naturales y los traía al partido de los Griegos; de manera que desde la Jonia a la Panfilia dejó el Asia enteramente libre de armas persianas. Noticioso de que los generales del Rey, con un grande ejército y muchas naves, se proponían sorprenderle hacía la Panfilia, y queriendo que éstos por miedo no navegaran en adelante en el mar dentro de las islas Quelidonias, ni siquiera se acercasen a él, dio la vela desde Cnido y Triopio con doscientas naves. Teníanlas desde Temístocles muy bien aparejadas para la celeridad y para tomar prontamente la vuelta; pero Cimón las hizo entonces más llanas, y dio ensanche a la cubierta, para que con mayor número de hombres armados se presentaran más terribles a los enemigos. Navegando, pues, a la ciudad de Faselis, cuyos habitantes eran Griegos, pero ni admitían sus tropas ni había forma de apartarlos del partido del rey, taló su territorio, y empezó a combatir los muros. Iban en su compañía los de Quío; y siendo amigos antiguos de los Faselitas, por una parte procuraban templar a Cimón, y por otra arrojaban a las murallas ciertas esquelas clavadas en los astiles, para advertir de todo a los Faselitas. Por fin lograron se hiciera la paz con ellos, bajo las condiciones de dar diez talentos y de unirse con Cimón para la guerra contra los bárbaros. Éforo dice que era Titraustes el que mandaba la armada del Rey, y Ferendates el ejército; mas Calístenes es de opinión que Ariomandes, hijo de Gobrias, tenía el mando de todas las fuerzas, y que con las naves marchó hacía el Eurimedonte, no estando dispuesto a pelear todavía con los Griegos, porque esperaba otras ochenta naves fenicias, que habían salido de Chipre. Quiso Cimón anticiparse a su llegada, para lo que movió con sus naves, dispuesto a obligar por fuerza a los enemigos, si voluntariamente no querían combatir. Al principio éstos, para no ser precisados, se entraron río adentro, pero, siguiéndolos los Atenienses, hubieron de hacer frente, según Fanodemo, con seiscientas naves, y según Éforo, con trescientas cincuenta. Mas por mar nada hicieron digno de tan considerables fuerzas, sino que al punto se echaron a tierra; los primeros pudieron escapar huyendo al ejército que estaba cerca, pero los demás fueron detenidos y muertos, y disuelta la armada. Ahora, la prueba de que las naves de los bárbaros habían sido en excesivo número es que, con haber huido muchas, como es natural, y haber sido otras muchas destruidas, todavía apresaron doscientas los Atenienses.