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Bajaba el ejército hacía el mar, y le pareció a Cimón obra muy ardua contenerle en su marcha y hacer que los Griegos acometieran a unos hombres que venían de refresco y eran en gran número; con todo, viendo a éstos muy alentados y resueltos con el ardor y engreimiento que da la victoria a arrojarse en unión sobre los bárbaros, a la infantería, que todavía estaba caliente del combate naval, la hizo que cargase con ímpetu y algazara; y resistiendo y defendiéndose por su parte los Persas, no sin bizarría, se trabó una muy reñida batalla. De los Atenienses cayeron los hombres de mayor valor y de mayor opinión, pero al fin hicieron huir a los bárbaros, con gran matanza de ellos, y después tomaron prisioneros a otros, y les ocuparon las tiendas llenas de toda especie de preciosidades. Cimón, que como diestro atleta en un día había salido vencedor en dos combates, no obstante haber excedido con la batalla campal al triunfo de Salamina y con la naval al de Platea, aún a añadió otro trofeo a estas victorias; pues sabiendo que las ochenta galeras fenicias, que no tuvieron parte en el combate, habían aportado a Hidro, se dirigió allá sin detención; y como sus comandantes no tuviesen noticia positiva de las principales fuerzas, sino que estuviesen en la duda y en la incertidumbre, siendo por lo mismo mayor su sorpresa, perdieron todas las naves, y la mayor parte de los soldados perecieron. De tal modo abatieron estos sucesos el ánimo del rey, que ajustó aquella paz tan afamada de no acercarse jamás al mar de Grecia a la distancia de una carrera de caballo y de no navegar dentro de las islas Cianeas y Quelidonias con nave grande y de proa bronceada, aunque Calístenes sostiene que el bárbaro no hizo tal tratado; mas en las obras guardó lo que se ha dicho, de miedo de aquella derrota, teniéndose a tanta distancia de la Grecia, que Pericles, con cincuenta galeras, y Efialtes con solas treinta, navegaron por aquella parte de las Quelidonias, sin que de los bárbaros se les ofreciera a la vista ni siquiera un barco. Pero Crátero, en su colección de decretos, insertó el tratado como hecho realmente, y aun se dice que los Atenienses erigieron con este motivo el ara de la paz, y que a Calias, que había sido el embajador, le colmaron de distinciones. Vendidos los despojos que entonces se tomaron, tuvo el pueblo fondos para otras muchas cosas, y edificó el muro de la ciudadela que mira al mediodía, habiéndose hecho rico con estas expediciones. Añádase que las largas murallas llamadas piernas, aunque se acabaron después, se empezaron entonces, y que el cimiento, como se hubiese dado con un terreno pantanoso y muelle, fue afirmado con toda seguridad por Cimón, que hizo desecar los pantanos con mucha arcilla y piedras muy pesadas, dando y aprontando para ello el caudal necesario. Fue el primero en hermosear la ciudad con aquellos lugares de recreo y entretenimiento, por los que hubo tanta pasión después, porque plantó de plátanos la plaza, y a la Academia, que antes carecía de agua y era un lugar enteramente seco, le dio riego, convirtiéndola en un bosque, y la adornó con corredores espaciosos y desembarazados, y con paseos en que se gozaba de sombra.

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