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En lo que más debe ser tenido por feliz Luculo es en el tiempo de su fallecimiento, porque se verificó antes del trastorno de la República, que con las guerras civiles preparaba el hado; anticipóse a morir y terminar la vida cuando la patria, si bien estaba ya enferma, era todavía libre; y esto mismo es en lo que más conviene y se conforma con Cimón, que también murió cuando las cosas de los Griegos no habían decaído aún, sino que estaban en su auge; bien que éste acabó sus días en el ejército y con el mando, sin abandonar los negocios ni aflojar en ellos, y sin tomar, por último, premio de las armas, de las expediciones y de los trofeos, los banquetes y las francachelas, que es en lo que Platón reprende a los de los misterios de Orfeo, atribuyéndoles haber dicho que el premio en la otra vida de los que se conducen bien en ésta es una embriaguez eterna. Pues si bien el ocio, el reposo y el tiempo pasado en los coloquios, que dan placer y enseñan, son entretenimiento muy propio y conveniente de un hombre anciano que quiere descansar de los afanes de la guerra y del gobierno, referir las acciones laudables al placer como al último fin, y pasar el resto de los días, después de las guerras y de los mandos, en los festejos de Venus, en divertirse y regalarse, esto no es digno ni de la Academia, tan justamente celebrada, ni de un imitador de Jenócrates, sino de uno que se inclina a la escuela de Epicuro. Cosa, por cierto, bien extraña, pues que, por términos contrarios, la juventud de Cimón parece haber sido reprensible y suelta, y la de Luculo aplicada y sobria. De mudanzas, la más laudable es la que se hizo en mejor, porque también es índole más apreciable aquella en que envejece y decae lo malo y lo bueno florece y persevera. Con haberse hecho ricos ambos de un mismo modo, no del mismo modo usaron de la riqueza, pues no es razón comparar con la muralla austral de la ciudadela, concluida con los caudales que trajo Cimón, aquellas viviendas de Nápoles y aquellos miradores deliciosos que edificó Luculo con los despojos de los bárbaros; ni debe ponerse en cotejo con la mesa de Cimón la de Luculo; con la que era republicana y modesta, la que era regalada y propia de un sátrapa; pues la una con poco gasto mantenía diariamente a muchos, y la otra consumía grandes caudales con unos pocos dados a la glotonería; a no ser que el tiempo fuese la causa de esta diferencia, pues no sabemos, a haber caído Cimón después de sus hazañas y de sus expediciones en una vejez distante de la guerra y de los negocios de república, si habría llevado todavía una vida más muelle y más entregada a los placeres, porque era aficionado a beber, amigo de reuniones y censurado, como hemos dicho, en punto a mujeres; y los triunfos y felices sucesos, así en lo político como en la guerra, procurando otros placeres, no dejan lugar a los malos deseos, ni siquiera dejan que nazca la idea en los que son por carácter emprendedores y ambiciosos; por tanto, si Luculo hubiera continuado hasta la muerte combatiendo y mandando ejércitos, me parece que ni el más severo y rígido censor había de haber encontrado que reprender en él. Esto por lo que toca al tenor de vida de ambos.

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