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Al fin del verano, como entendiese que los Siracusanos, muy alentados ya, estaban resueltos a acometer los primeros, y la caballería se acercase con insolencia a su campamento, preguntando si habían venido a aumentar los habitantes de Catana o a restituir a sus casas a los Leontinos, determinóse Nicias, no sin repugnancia, a marchar a Siracusa. Queriendo sentar con seguridad y sosiego su campamento, envió cautelosamente, desde Catana, un hombre que avisara a los Siracusanos de que, si querían encontrar desierto el canipo de los Atenienses y tomarle con cuanto contenía, acudieran con todas sus tropas a Catana el día que les prefijó, pues que, no saliendo por lo regular los Atenienses de la ciudad, tenían pensado los amigos de los Siracusanos, cuando vieran que ellos venían, apoderarse de las puertas, y al mismo tiempo poner fuego a la escuadra; siendo muchos los que estaban en ello, no aguardando más que su llegada. Éste fue el golpe de maestro que Nicias dio en Sicilia, porque, sacando con esta estratagema todas las tropas de la ciudad, y dejándola en cierta manera vacía, pudo marchar de Catana, apoderarse de los puestos y establecer el campo en sitio donde los enemigos no le incomodaran con aquello en que les era inferior, y desde donde esperaba hacerles libremente la guerra con lo que le daba ventajas. Después, cuando al volver los Siracusanos de Catana se formaron delante de la ciudad, los acometió súbitamente Nicias con sus fuerzas, y los venció; mas no se hizo gran matanza en los enemigos, porque la caballería impidió que se les siguiera el alcance. Rompió entonces Nicias, y derribó los puentes, lo que hizo decir a Hermócrates, para dar ánimo a los Siracusanos: “¡Ridículo general es este Nicias, que busca medios para no pelear, como si no hubiera sido enviada a pelear su expedición!” Con todo, fue tan grande la sorpresa y el miedo que causó a los Siracusanos, que, en lugar de los quince generales que entonces tenían, eligieron otros tres, asegurándoles el pueblo con juramento que los dejaría obrar con las más plenas facultades. Hallábase cerca el templo de Zeus Olimpio, y los Atenienses pensaban en tomarle, por haber en él muchas y muy ricas ofrendas de oro y plata; pero Nicias, de intento, lo fue dilatando y dejando para otro día, no impidiendo que los Siracusanos introdujesen guarnición, por pensar que, si los soldados saqueaban aquellas preciosidades, ningún provecho había de resultar de ello a la república, y sobre él vendría a recaer la nota de impiedad. Ningún partido sacó de una victoria tan celebrada, y, pasados pocos días, se retiró a Naxo, donde pasó el invierno, haciendo exorbitantes gastos para mantener tan numeroso ejército y ejecutando cosas de muy poca entidad con algunos Sicilianos de los que habían abrazado su partido. Con esto, los Siracusanos cobraron otra vez ánimo, y dirigiéndose a Catana talaron el país e incendiaron el campamento de los Atenienses; y de esto todos ponían la culpa a Nicias, porque en conferenciar, en meditar y en precaverse, se le iba el tiempo, malogrando las ocasiones. Sus hechos nadie los reprendía, pues era, una vez que se determinaba, activo y pronto; pero para decidirse, muy detenido y cobarde.

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