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César, luego que regresó de la provincia, se disponía para pedir el consulado; pero viendo otra vez a Craso y a Pompeyo indispuestos entre sí, ni quería, valiéndose del favor del uno, ganarse por enemigo al otro, ni tampoco esperaba salir con su intento sin el auxilio de uno de los dos. Trató, pues, de reconciliarlos, no dejándolos de la mano y haciéndoles ver que con sus discordias fomentaban a los Cicerones, Cátulos y Catones, de quienes nadie haría cuenta si teniendo ellos a unos mismos por amigos y por enemigos gobernaban la república con una sola fuerza y un solo espíritu. Convenciólos, y logró unirlos, con lo que formando y constituyendo de los tres un poder irresistible, que fue la ruina del Senado y la disolución del pueblo, no tanto hizo mayores a los otros cuanto por medio de ellos mismos consiguió quedarles superior; pues que a virtud de los esfuerzos de ambos fue al punto elegido cónsul con el mayor aplauso. Durante su gobierno, en el que se conducía perfectamente, hicieron que se le decretase el mando de los ejércitos, y poniendo en sus manos la Galia, lo colocaron como en un alcázar, creídos de que todo lo demás se lo repartirían a su gusto entre sí con mantenerle a aquel firme y estable la provincia que le había cabido en suerte. Prestábase a todo esto Pompeyo por su ilimitada ambición; pero en Craso su enfermedad antigua, la avaricia, excitó un nuevo deseo y una nueva emulación con motivo de los trofeos y triunfos de César, en los que no llevaba a bien ser inferior cuando sobresalía en todo lo demás; de manera que no paró ni sosegó hasta causar a la patria las mayores calamidades y precipitarse él mismo en una afrentosa perdición. Habiendo, pues, bajado César de la Galia hasta la ciudad de Luca, acudieron allá muchos desde Roma, y pasando también reservadamente Pompeyo y Craso, acordaron apoderarse de lleno de todos los negocios y hacerse exclusivamente dueños de todo mando, manteniéndose con esta mira César sobre las armas, y repartiéndose Pompeyo y Craso otras provincias y ejércitos. Para esto no había más que un camino, que era otra petición del consulado; y presentándose éstos por candidatos, debía prestarles ayuda César, escribiendo a sus amigos y enviando a muchos de sus soldados para asistir a los comicios.

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