22

Luego que Ariamnes le hubo seducido, apartándole del río, le llevó por medio de la llanura, al principio por un camino abierto y cómodo, pero molesto después a causa de los montones de arena y por ser el terreno escueto, falto de agua y tal, que no ofrecía término ninguno donde los sentidos reposasen; de manera que no sólo se fatigaban con la sed y la dificultad de la marcha, sino que lo desconsolado de aquel aspecto causaba aflicción a unos hombres que no veían ni una planta, ni un arroyuelo, ni la falda de un monte, ni hierba que empezase a brotar, sino una vasta planicie que, a manera de la del mar, envolvía al ejército entre arena, con lo que ya empezaron a sospechar del engaño. Presentáronse a este tiempo mensajeros de Artabaces, rey de Armenia, avisando que se veía oprimido de una violenta guerra por haber caído sobre él Hirodes, lo que le imposibilitaba de enviarles auxilios; pero aconsejaba a Craso que retrocediera, pues trasladándose a la Armenia combatirían juntos contra Hirodes; más que, si no se determinaba a esto, caminara con cuidado y procurara acamparse, retirándose de todo terreno a propósito para obrar la caballería y buscando siempre las montañas. Craso nada le contestó por escrito; pero de palabra respondió que por entonces no estaba para pensar en los Armenios, pero que luego volvería a tomar venganza de la traición de Artabaces. Casio, aunque de nuevo se incomodaba con estas cosas, nada proponía o advertía ya a Craso por verle irritado; pero fuera de su vista llenaba de improperios a Arianmes, a quien decía: “¿Qué mal Genio, oh el más malvado de todos los hombres, es el que te ha traído entre nosotros? ¿Con qué hierbas o con qué hechizos pudiste mover a Craso a que arrojara el ejército en una soledad vasta y profunda, haciéndoles andar un camino más propio de un nómada, capitán de bandoleros, que de un general romano?” El bárbaro, que sabía plegarse a todo, con éste usaba de blandura, animándole y exhortándole a que tuviera todavía un poco de paciencia; pero a los soldados con quienes se juntaba como para darles algún alivio los insultaba, diciéndoles, con risa y escarnio: “¿Pues qué, creéis que esto es caminar por la Campania, y echáis menos sus fuertes, sus arroyos, sus deliciosos sombríos, sus baños y sus posadas? ¿No os acordáis de que nuestra marcha es por los linderos de los Árabes y los Asirios?” De esta manera se burlaba de los Romanos aquel bárbaro, el cual, antes que más a las claras se conociera el engaño, se ausentó, no sin noticia de Craso, a quien todavía hizo creer que iba a introducir la confusión y el desorden en el ejército enemigo.

Share on Twitter Share on Facebook