Dícese que Craso no se vistió de púrpura aquel día, como es costumbre entre los generales romanos, sino de una ropa negra, la que mudó luego que se lo advirtieron. Corre asimismo que algunas de las enseñas no pudieron ser movidas sino con gran dificultad por los que las llevaban, como si estuvieran clavadas, de lo que se rió Craso y avivó la marcha, haciendo que los infantes siguieran el paso de la caballería, hasta que vinieron algunos de los enviados en descubierta anunciando que todos los demás habían perecido a manos de los enemigos y ellos solos habían podido huir, no sin trabajo; y que aquellos, en gran número y con más decidido arrojo, venían en disposición de dar batalla. Turbáronse todos; y Craso, que también se sobrecogió enteramente, a toda priesa y sin detenerse puso en orden el ejército; primero, como lo deseaba Casio, que era formando muy clara la infantería para evitar, extendiéndola lo posible por el llano, el ser envueltos, y distribuyendo la caballería en ambos flancos; pero después mudó de propósito, y, apiñando las tropas, formó un cuadro de igual fondo por todas partes, componiéndose cada lado de doce cohortes, agregando a cada cohorte una partida proporcional de caballería, para que no hubiera parte que careciese de este auxilio, sino que por todos lados se presentara igualmente defendido. De las alas dio una a mandar a Casio y la otra a Craso el joven, reservando para sí el centro. Caminando en este orden llegaron a un arroyo llamado Baliso, no muy caudaloso y abundante, cuya vista causó el mayor placer a los soldados, fatigados y abrasados de calor en una marcha tan trabajosa y tan falta de refrigerio. Los más de los jefes eran de opinión que debían allí hacer alto y pasar la noche, informándose en tanto del número, calidad y orden de los enemigos, y al día siguiente, al amanecer, marchar contra ellos; mas Craso, envalentonado con que su hijo y los de caballería que tenía cerca de sí se inclinaban a seguir adelante y trabar combate, dio orden de que los que quisiesen comieran y bebieran, manteniéndose en formación y aun antes que esto pudiera tener cumplidamente efecto volvió a ponerse en marcha, no poco a poco ni con la pausa que conviene cuando se va a dar batalla, sino con un paso seguido y acelerado, hasta que impensadamente se descubrieron los enemigos a la vista, no en gran número ni en disposición de inspirar terror; y es que Surenas había cubierto la muchedumbre de ellos con la vanguardia, y había ocultado el resplandor de las armas, haciendo que los soldados se pusieran sobrerropas y zamarras; mas luego que estuvieron cerca y el general dio la señal, al punto se llenó aquel vasto campo de un gran ruido y de una espantosa vocería. Porque los Partos no se incitan a la pelea con trompas o clarines, sino que sobre unos bastones huecos de pieles ponen piezas sonoras de bronce con las que mueven ruido, y el que causan tiene no sé qué de ronco y terrible, como si fuera una mezcla del rugido de las fieras y del estampido del trueno: sabiendo bien que de todos los sentidos el oído ese que influye más en el terror del ánimo y que sus sensaciones son las que más pronto conmueven y perturban la razón.