20

De lo mal que estaban con los largos razonamientos pueden servir de muestra estos apotegmas: el rey Leónidas, a uno que intempestivamente razonó bien sobre negocios importantes: “Huésped- le dijo-, hablas de lo que no conviene como conviene.” Carilao, el sobrino de Licurgo, preguntado acerca de lo pocas que eran las leyes de éste, respondió que “los que gastan pocas palabras no han menester muchas leyes”. Arquidámidas, como algunos censurasen al sofista Hecateo, porque, convidado al banquete, nada había hablado en él: “El que sabe hablar- les dijo- sabe también el cuándo.” Sus dichos acres, que indiqué tenían también algún chiste, son por este término: Demarato, como un hombre notado por su conducta usase de chanzas con él, haciéndole impertinentes preguntas, y entre ellas le repitiese ésta muchas veces: “¿Quién es el mejor de los Espartanos?” “El que menos se parezca a ti”- le respondió- Agis, oyendo a algunos alabar a los de la Élide, porque fallaban con justicia en las fiestas olímpicas, “¿Qué mucho hacen los Eleensesdijo- en usar de justicia al cabo de cinco años en un solo día?”. Teopompo a un forastero que se mostraba afecto, y decía que sus conciudadanos le llamaban el amigo de los Espartanos: “Mejor te estaría, huésped, le respondió, que te llamasen el amigo de sus ciudadanos”. Plistónax, el de Pausanias, a un orador Ateniense, que llamó ignorantes a los Lacedemonios: “Muy bien dices- le repuso-, porque de los Griegos nosotros solos no hemos aprendido nada malo de vosotros”. Arquidámidas, a uno que preguntó cuántos eran los Espartanos: “Los bastantes- le dijo-, oh huésped, para acabar con los malos”. Aun en lo que decían como por juego se descubría el hábito que tenían formado; y es que se acostumbraban a no usar del habla sin objeto, y a no proferir voz ninguna que no encerrase un sentido digno de atención: así, el que fue convidado para oir a uno que imitaba muy bien al ruiseñor: “Yo- dijo- he oído al mismo ruiseñor muchas veces.” Otro, habiendo leído esta inscripción: Por querer apagar la tiranía fueron despojo del sangriento Marte, muertos de Selinunte ante las puertas. “Muy bien empleado- dijo- que muriesen, pues que no la dejaron que se abrasase toda.” Un joven, prometiéndole otro que le daría unos gallos que morían en la pelea: “Esos no- le dijo-; dame gallos que maten en la pelea.” Otro, viendo a algunos hombres que en un viaje eran llevados en sillas de manos: “No me dé Dios- dijo- que yo me siente donde no me ha de ser dado ceder el asiento a un anciano.” Era tal el carácter de sus apotegmas, que no sin causa dijeron algunos que más de espartano era el filosofar que el gustar de los ejercicios gimnásticos.

Share on Twitter Share on Facebook