Muerto Alejandro, como las tropas no quisiesen obedecer a sus validos, Éumenes en su ánimo favorecía a éstos, pero de palabras se mostraba indiferente entre unos y otros, porque, siendo extranjero, no le correspondía mezclarse en las disputas de los Macedonios; mas luego, cuando los demás favoritos salieron de Babilonia, habiéndose él quedado en la ciudad, aplacó a una gran parte de la infantería y la hizo más dócil para la reconciliación. Aviniéronse después entre sí los generales, sosegadas que fueron aquellas primeras discordias, y repartiéndose las satrapías y comandancias, a Éumenes le tocaron la Capadocia y la Paflagonía, por donde confina con el mar Póntico, hasta Trapezunte, que todavía no pertenecía a los Macedonios, reinando Ariarates en aquella región; por tanto, era necesario que Leonato y Antígono acompañasen a Éumenes con poderosas fuerzas, para darlo a reconocer por sátrapa de ella. Como Antígono, que pensaba ya en bandearse por sí, y miraba con desprecio a los demás, no se prestase a ejecutar las órdenes de Perdicas, Leonato bajó con Éumenes a la Frigia, tomando a su cargo aquella expedición; pero habiéndose unido con él Hecateo, tirano de los Cardianos, y rogándole que auxiliase con preferencia a Antípatro y a los que se hallaban sitiados en Lamia, se decidió a esta marcha, llamando a Éumenes, a quien reconcilió con Hecateo; había, efectivamente, entre ellos ciertos recelos, nacidos de disensiones políticas, y Éumenes en muchas ocasiones había acusado abiertamente la tiranía de Hecateo, excitando a Alejandro a que diera la libertad a los Cardianos. Por tanto, repugnando Éumenes aquella expedición contra los Griegos, y confesando que recelaba de Antípatro, no fuera que en obsequio de Hecateo, y aun por satisfacer su odio propio, le quitara la vida, Leonato usó con él de confianza, y nada le ocultó de cuanto meditaba, revelándole que el auxilio aquel a que parecía prestarse no era más que apariencia y pretexto, siendo su designio apoderarse inmediatámente que llegara de la Macedonia; y aun le mostró algunas cartas de Cleopatra, que le llamaba a Pela, al parecer, para casarse con él; pero Éumenes, o por temor de Antípatro o por desconfianza de Leonato, que era arrebatado y se gobernaba por ímpetus precipitados, levantó de noche el campo, llevándose cuanto le pertenecía, que eran trescientos hombres de caballería, doscientos jóvenes de los de su familia, armados, y en oro, reducido a la cuenta de la plata, hasta cinco mil talentos. De este modo huyó en busca de Perdicas, a quien participó los intentos de Leonato, y con quien gozó desde luego de mucho poder, habiéndole éste hecho de su Consejo. De allí a poco volvió a marchar a la Capadocia con bastantes fuerzas, acompañándole el mismo Perdicas, que en persona iba acaudillándolas, y habiendo sido tomado cautivo Ariarates, y rendídose toda la provincia, fue en ella reconocido por sátrapa. Puso, pues, las ciudades en manos de sus amigos, estableció gobernadores en las fortalezas, y nombró los jueces y procuradores que le pareció, sin que Perdicas se mezclara en ninguno de estos negocios; hecho el cual, se restituyó en su compañía, ya por mostrársele agradecido y ya también porque no quería dejar la corte.