Declarado rey de este modo y por estas causas Agesilao, al punto heredó también la hacienda de Agis, excluyendo como bastardo a Leotíquidas; pero viendo que los parientes de aquel por parte de madre, siendo hombres de mucha probidad, se hallaban sumamente pobres, les repartió la mitad de los bienes, granjeándose de esta manera benevolencia y fama, en lugar de envidia y ojeriza con motivo de esta herencia. Lo que dice Jenofonte, que obedeciendo a la patria llegó a lo sumo del poder, tanto que hacía lo que quería, se ha de entender de esta manera. La mayor autoridad de la república residía entonces en los Éforos y en los Ancianos, de los cuales aquéllos ejercen la suya un año solo y los Ancianos disfrutan este honor por toda la vida, siendo esto así dispuesto a fin de que los reyes no se creyeran con facultad para todo, como en la Vida de Licurgo lo declaramos. Por esta causa solían ya de antiguo los reyes estar con aquellos en una especie de heredada disensión y contienda; pero Agesilao tomó el camino opuesto, y dejándose de altercar y disputar con ellos les tenía consideración, procediendo con su aprobación a toda empresa. Si le llamaban se apresuraba a acudir, y, cuantas veces sucedía que, estando sentado para despachar en el regio trono, pasasen los Éforos, les hacía el honor de levantarse. Cuando había elección de Ancianos para el Senado, a cada uno le enviaba como muestra de parabién una sobrevesta y un buey. Con estos obsequios parecía que honraba y ensalzaba la autoridad de aquellos magistrados, y no se echaba de ver que acrecentaba la suya, dando aumento y grandeza a la prerrogativa real con el amor y condescendencia que así se granjeaba.